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Platja de Palma

El desmadre nunca duerme

En temporada alta todas las noches hay fiesta en s'Arenal. Trile, robos, 'voyeurs', droga o prostitución son algunos de los peligros que atrae la juerga etílica - Diario de Mallorca pasa una madrugada con los trabajadores que consiguen que la Platja de Palma funcione

Once de la noche. La calle del jamón está relativamente tranquila. Ya hay fiesta, gritos y cerveza por todas partes, pero el bullicio en la calle más conocida de la Platja de Palma no alcanzará su culmen hasta dentro de dos o tres horas. La fiesta en los biergarten ha comenzado a las once de la mañana y, doce horas después, la vía pública parece un basurero. Pero no es el único lugar donde la fiesta se desmadra. En un callejón detrás del Megapark, una prostituta practica una felación en público a un turista. A escasos metros, un músico callejero canta Let it be en el paseo de la playa. El suelo huele a cerveza caliente. Aún no es medianoche y ya hay extranjeras afónicas y guiris dormidos sobre el muro de la primera línea.

Así es una noche cualquiera en la Platja de Palma. Diario de Mallorca ha vivido una madrugada en la juerga que dura toda la temporada alta. Desde Semana Santa y hasta finales de octubre, s'Arenal nunca descansa. Hay locales de ocio disponibles las 24 horas para que la fiesta no pare. Este periódico ha observado, junto a vecinos y trabajadores de la zona, las consecuencias del turismo de baja calidad (como el incivismo y el ruido) y los peligros con los que la ciudad 'obsequia' a sus visitantes: desde el trile hasta la prostitución, pasando por voyeurs, comercio ilegal, robos o venta de droga.

"Los vecinos nunca salimos a pasear de noche, porque cada vez hay más desmadre", explica el presidente de la asociación vecinal de la Platja de Palma, Francisco Nogales. Lleva décadas viviendo en la zona y sufriendo el ruido que no le deja descansar. Asegura que los problemas de siempre siguen enquistados, como el trile o la venta ambulante. Pero también se están creando nuevos focos de conflicto, como los alquileres turísticos en grupo "que no dejan dormir a los vecinos" o las "bailarinas en tanga que salen del Megapark por la mañana, cuando hay niños por la calle, y arrastran a la gente al interior del local".

Por más que los hoteles suban de categoría, el modelo turístico no ha cambiado. El tramo entre los balnearios 7 al 15 (de Can Pastilla hasta la plaza de las Meravelles) es el más tranquilo: no hay locales de fiesta. Entre los balnearios 1 y 7 (de las Meravelles hasta s'Arenal de Llucmajor) es donde se concentra el desparrame y el incivismo.

En medio de las dos zonas está el mercadillo artesano nocturno. Inés Trende es una de las comerciantes veteranas; lamenta la "gentuza" que se hospeda en la Platja de Palma. "Todos sabemos quién tiene la culpa de s'Arenal y nadie le mete mano. Este es un lugar privilegiado que se está arruinando por culpa de cuatro mataos", afirma.

Pasan cinco minutos de la una de la madrugada y hay una pelea frente al Megapark. En cuestión de segundos se han arremolinado más de cien curiosos que observan cómo tres hombres -tres empleados de seguridad del biergarten- expulsan a un turista borracho del local y le propinan patadas en la cara y las costillas. Llega la Policía Local y le trata a empujones. Tras ver que sus explicaciones no convencen a los agentes, el guiri, con la mejilla abierta y ensangrentada, se pone de rodillas y pide que le lleven detenido.

Un hecho que destaca es la omnipresencia de ambulancias privadas. Están en cada esquina. Cada noche buscan posibles 'clientes'. Un sanitario -se niega a dar su nombre- que lleva toda la tarde a las puertas del Megapark afirma que hacen guardias de las seis de la tarde a las seis de la mañana para atender a los indispuestos. Los casos más frecuentes son peleas e intoxicaciones (etílicas o por drogas).

El botellón sigue vivo

En el paseo se oyen equipos de música a todo trapo. El botellón sigue tan presente como el primer día. Y los megacubos con megapajitas, también. La maquinaria pesada trilla la arena para limpiar la playa. Caminar por la Platja de Palma es como estar en la torre de Babel: se escuchan todos los acentos. El punto en común es el perfil del turista. La mayoría es gente joven -se ven muchos menores de edad-. Son turistas que no vienen a ver la Seu: su catedral es el Ballermann 6 (el balneario 6), un lugar que han mitificado los alemanes como templo de los excesos. El vestuario se aproxima a la uniformidad. Predominan las camisetas promocionales de los biergarten o las prendas personalizadas de los viajes en grupo.

Al filo de la una y media de la madrugada, un turista va tan ciego que se le cierran los ojos. Tiene la mirada perdida y no parece que solo sea un efecto del alcohol. Junto a un parque de minigolf se concentran las prostitutas, habituales en las páginas de sucesos por robar a los clientes. Estiran del brazo con fuerza a los turistas borrachos -a algunos directamente los arrastran- hacia los matorrales oscuros o algún callejón cercano.

Pocos minutos después, la calle del jamón ya es un hervidero. Casi no se oye la música, a diferencia del mediodía, que parece una discoteca al aire libre. Nicolás Fernández trabaja tras la barra de un local y dice que "uno nunca se acostumbra al ruido, pero no hay otro remedio". Un veinteañero vestido de rey -capa roja y corona- sale corriendo del hotel Niágara y entra al Bierkönig. La fiesta es equiparable a una verbena de pueblo. Tampoco hay más desfase que en cualquier fin de semana de la época gloriosa del paseo marítimo palmesano. Pero hay dos diferencias. Una, que en s'Arenal hay un 99% de turistas y un 1% de locales. Y dos, que aquí la jarana no dura un fin de semana, sino casi seis meses.

A las dos de la madrugada cierran las últimas terrazas de bar. Francisco Pardal es camarero en la Pizzería Massilia desde hace tres décadas y cuenta que "es el mismo rollo de siempre". La calidad de los turistas no mejora "por muchos hoteles de cinco estrellas que construyan". Su análisis no es nada halagüeño. "Esperaba que el nuevo gobierno cambiara las cosas y enviara más policías, pero al final han abierto la caja y han visto que no lo pueden pagar. En la Platja de Palma se hace dinero porque hay mucha gente, pero como no tomen medidas esto será Magaluf. Esto es lo que quieren los hoteleros, que son los que mandan", declara.

Cuando se acercan las dos y media de la noche, hay siete taxis esperando en una de las paradas de la primera línea. Coinciden con el camarero del Massilia en que el perfil de los visitantes no mejora. "La mayoría de las carreras son a los hoteles de los alrededores", comenta el taxista Vicente Ogazón. Mateo Comas, también taxista, explica que las horas de más trabajo son de cuatro a siete de la madrugada: llevan a los turistas que ya ni recuerdan el nombre del hotel en el que se alojan. Pasan toda la noche despiertos a la caza de una buena carrera que les traslade a la part forana y eleve el jornal.

Vigilancia policial de paisano

Se acercan las cuatro de la madrugada y a esa hora se multiplican las parejas que tienen sexo sobre la arena y los grupos de bañistas nocturnos que se despelotan para entrar al agua. Varias patrullas del Cuerpo Nacional de Policía están en activo. Además de los uniformados, hay una unidad especializada que cada noche trabaja de paisano a la caza de los carteristas. Son cinco agentes que vigilan a posibles delincuentes o víctimas. Pasan toda la madrugada de guardia para que no roben a las parejitas o a los bañistas despreocupados. Los cacos cada vez urden artimañas más sofisticadas para llevarse el botín. Los policías apuntan que, aparte de los pequeños hurtos al despiste, también son muy frecuentes los robos en el interior de las discotecas.

A medida que avanza la noche, se despierta un colectivo sorprendentemente numeroso. Son los voyeurs o mirones. Hay más de una decena. Clavan sus ojos en los jóvenes que están besándose tras unas tumbonas de playa o en las chicas que se bañan sin bikini. Uno de ellos camina con el bastón sobre la arena: es un conocido de la policía, porque en alguna ocasión le han detenido tras sustraer las carteras a unos amantes distraídos. Otro se queda mirando mientras se apoya en el poste de una sombrilla. Junto a los voyeurs, también aparecen los buscatesoros. Armados con detectores de metales, recorren la playa de arriba abajo. Vasil trabaja de ello y dice que solo consigue "algunas monedas" que no le bastan "para vivir de esto".

La fiesta en la Platja de Palma mantiene tres focos activos: la calle del jamón, el Megapark y alrededores, y los balnearios del 1 al 3, donde hay más conflictos porque concentran el turismo de holandeses e italianos. Allí también operan varios grupos de trileros. La juerga continúa hasta el amanecer y, al cierre de los biergarten y discotecas, les toca el turno a los after hours. En la Platja de Palma el desmadre nunca para, nunca duerme.

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