Una noche de primavera, los pescadores salieron a faenar en la bahía de Palma. Al encender sus faroles como señuelo para atraer a las plateadas sardinas se vieron envueltos por una nube de mariposas. Hasta Mallorca habían llegado transportadas por los vientos o por su propia aunque intensa levedad las Autographa gamma, que el lenguaje coloquial llama polillas. Desde el sur de la península hasta la rada, un aleteo marrón pardusco silbaba la noche.

La plaga de estas mariposas encendió la hora oscura de un inminente estío, el de 1996, pillando desprevenido a un hombre sentado en un banco de piedra, al lado de la Catedral. A solas, cuando el templo gótico muestra lo mejor de sí, lejos de la interferencia de los turistas.

Lluís Ferrés Gurt narra en su libro Secretos del Mediterráneo su visión de este encuentro entre "¿millones?" de lepidópteros y la catedral de arena. "Contemplé admirado el espectáculo de una nube alada envolviendo al templo. Las escamas de las alas de las mariposas caían como copos finísimos, reflejando la luz de los potentes focos y destacando contra el cielo negro como diminutos puntos luminosos".

El escritor, biólogo y navegante llevaba poco tiempo en la isla. Fue afortunado porque apenas hay testimonios de esa plaga que durante una noche de primavera conjuró el encuentro entre Eros y Tanatos. La belleza del aleteo en esa nube que posaba "lluvia de escamas" y que trazaban "absurdas trayectorias en el aire" supuso el final de un largo viaje, el de las mariposas que llevan en sus alas el dibujo impreso de la letra gamma, en el alfabeto griego representa a Gea, la Tierra.

Hay que aguardar a la noche oscura para imaginar cómo el nácar viejo de la Catedral puede pasar al ámbar con el roce de millones de mariposas. Por más vulgares y molestas que parezcan las polillas, no hay nada en la naturaleza que no tenga su hueco de belleza. El secreto está en nuestra mirada.

Las mariposas gammas ya habían sido plaga en el 62 y volverían a serlo en España en el 2006. En aquella noche del 96 que produjo el milagro entre la luz y la sombra, entre la fragilidad de las alas y la rotundidad de la piedra, solo unos pescadores de sardina en la bahía de Palma y un navegante recién llegado a la ciudad contemplaron un milagro.

Ferrés acude al escritor Jorge Luis Borges cuando en su poema Catedral asemejó la iglesia a un "avión de piedra que puja por romper las mil amarras" para imaginar el despegue gracias a los millones de aleteos, a su zumbido, "arrastrando en sus cimientos colgantes como raíces restos de minaretes árabes, columnas romanas, robustos muros talayóticos e imprecisas paredes de refugios que construían los baleares primigenios". Borges despide el poema Catedral con un "beso", de ¿mariposa?