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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Normalidad creyente

Una de las cosas más relevantes de la situación sacerdotal en estos momentos, y hablo sobre todo de España, es la relación del sacerdote con el resto de su sociedad (para nada escribo "de la sociedad", porque no se trata de algo abstracto sino propio: "su sociedad"). Durante años hemos trabajado con intensidad y dureza, sin ausencia de dificultades de todo tipo, para conseguir una tipología sacerdotal "normalizada" respecto de su contexto. El sacerdote hombre entre los hombres precisamente para ser "puente" entre los hombres y su Dios. Creíamos haberlo conseguido en general, pero caemos en la cuenta, ahora mismo, de que son muchos quienes prefieren un sacerdote "diferente por separado", y en alguna manera mucho más piadoso que ejemplar. La verdad es que para muchos la piedad es lo más ejemplar que pueda darse, cuando no es así. Seriedad creyente, por supuesto, pero sobre todo ejemplaridad de vida, de compasión y de fraternidad con la gente de la calle, esa que vive de verdad las angustias y las esperanzas del día de hoy. No al revés.

Pero en el caso de aquellos sacerdotes situados en la cúpula del pueblo de Dios como representantes del gobierno eclesial, en permanente contacto con el sucesor de Pedro, pensamos que esta característica de la normalidad creyente se hace mucho más necesaria y clamorosa, al menos para una gran parte del creyente católico del momento. Diría que se trata de una condición de posibilidad sin la que un obispo, y por superación el papa, pierde su "lugar evangelizador" y se convierte en "una ausencia mayestática sacerdotal". Como escribía, con frecuencia se le quiere piadoso en extremo, hombre de Dios "hacia adentro", venerable en su propia distancia, pero sin intermediar en la vertiente eclesial y civil de su ministerio. De tal manera que el obispo en cuestión pierda esa urgida ejemplaridad en favor de una piedad en absoluto cristiana. Muchos de nosotros deseamos sacerdotes y obispos que demuestren su piedad en su descarada ejemplaridad normalizada, un ser humano pegado a los demás seres humanos de su diócesis, y así, "hecho uno más" como Jesucristo. Y en este entramado tan complejo, invitarles a caminar hacia el señor Jesús, por el cual un sacerdote y un obispo son lo que son: servidores, pontífices, misericordes, piadosos en su ejemplaridad. Normales creyentes en su identidad manifestada sin rodeos.

El otro día, como ya comenté en mi colaboración de la semana anterior, participé en una cena de personas relacionadas con la COPE, en la que estaba presente Sebastián Taltavull, obispo. Una cena larga, en la que no faltó ni el amor ni el humor. Esas cenas en que, además de comer a gusto, y sin pretenderlo estratégicamente, uno se vincula a los demás desde su propio adentro. Y al final, tuvo lugar un coloquio entre los asistentes y el obispo Taltavull. Dios mío, cuánta normalidad creyente, cuantísima. Hasta el punto de que, en un gesto de enorme sencillez, declaraba su dificultad para entender a las generaciones más jóvenes, dificultad en la que tantos presentes nos sentíamos reflejados. Un obispo con dificultades públicas es un hombre normal, con sus limitaciones€ pero dispuesto a correr la suerte de sus compañeros de camino. Pero es que además, el obispo en cuestión, animaba a que compartiéramos nuestras preocupaciones con él. Desde un ángulo cercano, lo miraba con suma atención, y miraba a los demás: estaban atentísimos, ganados para la causa, aunque acabara declarando que nada sabía de su inmediata situación mallorquina, como tantos tampoco sabemos de nuestra vida inmediata por el tremendo poder de las libertades ajenas. En este caso, de la gran cúpula. Pero sabedores de que un tal Francisco haría las cosas bien, con ejemplaridad evangélica. No para contentar sino por convicción. Menudo reconforte.

Puede que estas letras no gusten a algunos de los que desean sacerdotes y obispos buenos pero ajenos a la vida. Paciencia. Por mi parte, deseaba escribirlas desde hacía tiempo. Porque estoy absolutamente convencido de lo escrito, porque me atañe en profundidad, y porque en la cena comentaba contemplé este tipo de sacerdote y de obispo encarnado sin tapujos en un hombre entre los demás. Y me llenó de esperanza.

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