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Cuaderna

26J: Ls grandes reformas pendientes (V)

La ley electoral y su reforma

Si, como hemos visto, es básico reformar la ley de partidos, más lo es reformar la ley electoral, pues muchos de los pecados de la forma de hacer y proceder de las formaciones políticas trae causa de la actual ley electoral.

Antes de entrar en el análisis y propuesta de reforma hay que afirmar que no hay, en democracia, un sistema electoral perfecto. Tan democrático es el sistema electoral español como el mayoritario británico, el italiano o el francés a dos vueltas. El problema radica en la legitimidad de los elegidos, y en el proceso seguido para su elección. De eso precisamente se trata: dar legitimidad a los elegidos.

En el epígrafe anterior, sobre la reforma de la ley de partidos, hemos apuntado una reforma concreta de elección de candidatos en el seno de los partidos. Ahora se trata de la elección de candidatos propuestos por los diferentes partidos a unas elecciones, ya sea de ámbito estatal, autonómico o local.

A día de hoy, en el sistema proporcional español, no se eligen candidatos; se eligen listas cerradas y bloqueadas, y por tanto sin posibilidad de cambio. A duras penas se conoce el número uno, del resto nada o casi nada se sabe. Para que se me entienda, nuestra ley electoral se fundamenta en el refrán de las lentejas: o las tomas o las dejas. Este hecho ha dado lugar a la proliferación, en todas las formaciones políticas, de candidatos de baja preparación intelectual y/o profesional y laboral, de escasa experiencia, salvando honrosas y loables excepciones, y de los famosos cuneros.

Decía don Manuel Fraga que en los países del mundo occidental, o llamados del primer mundo, hay dos principios sobre los cuales pivota su cultura política que no se discuten. Estos dos principios son: el de conformar una sociedad abierta y el de regirse por sistemas democráticos. En cuanto a la sociedad abierta, esta se apoya en el sistema de libertades reales, en el imperio de la ley, en la aceptación de la mayoría y respeto a la minoría, y en la defensa de que las libertades deben inscribirse en un marco constitucional democrático.

En cuanto al sistema democrático, su núcleo pivota en que las grandes decisiones políticas deben ser tomadas de acuerdo con la mayoría de los ciudadanos. Para ello la única manera de lograr un sistema democrático, en que las decisiones políticas y administrativas sean respectadas, es aquel que obliga a los gobernantes a someterse al veredicto implacable de las urnas, posibilitando así la conformación del partido gobernante o el cambio de este por un equipo alternativo. Ahí tenemos la primera derivada; y esta no es otra de que es fundamental que el sistema electoral elegido sea lo más representativo posible y que a la vez obligue al elegido rendir cuentas ante los electores.

Es obvio, que con este planteamiento y la experiencia acumulada en mis 28 años de política activa (1983-2011), me posicione claramente por defender el sistema electoral mayoritario y lo hago entre otras razones porque no tengo duda de su superioridad sobre los sistemas electorales de representación proporcional

Quiero recodar que en los sistemas mayoritarios, al ser la distancia entre los representados y representantes más corta, hace que los partidos políticos no impongan la burocracia del partido y tengan que adecuar sus preferencias en la elección de candidatos en aquellas personas que aportan más votos, más preparación, más experiencia y que conectan más directamente con la base electoral.

Por otra parte, los beneficios del sistema mayoritario también los encontramos en la relación entre Gobierno y oposición, ya que los ciudadanos cuando votan saben a quién votan y lo que votan, haciendo prácticamente inviable los cambios de pareja oportunistas con lo cual la estabilidad política es más segura y a la vez la política se dignifica.

Me reafirmo, después de casi cuarenta años de democracia, en que es necesario e imprescindible cambiar la ley electoral y evitar así espectáculos esperpénticos de formación y agrupación de mayorías entre partidos que nada tienen que ver unos con otros, cuya única finalidad de unión no es otra que evitar que gobierne el partido más votado, y que ha obtenido mayor número de representantes.

Yo, al igual que don Manuel Fraga, creo que la pervivencia del actual sistema electoral debilita la democracia, se está convirtiendo en un elemento negativo de estabilidad institucional y perjudica lo que podríamos denominar "ejemplaridad política".

La responsabilidad es de todos, en especial del PSOE y del PP, de iniciar las oportunas reflexiones tendentes a posibilitar un cambio de la actual ley electoral. En el caso de que pasar de un sistema proporcional a otro mayoritario no fuera viable, por requerir un cambio en la constitución, lo que propongo es:

-Reforma de la ley electoral bajo el principio de un ciudadano un voto para la elección del Congreso de Diputados, haciendo circunscripción electoral única toda España, como ya ocurre actualmente en las europeas. En el caso del Senado, la distribución se hará estableciendo un mínimo de senadores igual para todas las comunidades autónomas y un senador por cada millón o fracción de habitantes por comunidad autónoma.

-Establecer por ley el sistema de listas abiertas y desbloqueadas, ya sea total o parcial.

-Establecer por ley la segunda vuelta entre las dos listas más votadas, tanto a nivel estatal como autonómico, en el caso de que ninguno supere el 35% de los votos emitidos. A nivel local, la lista más votada, siempre que supere el 40% de los votos emitidos. Otra alternativa sería la elección directa de alcalde.

-Delimitar el mandato de alcaldes, presidentes autonómicos y presidentes de Gobierno de la nación a ocho años.

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