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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La corrupción del espíritu

Estamos tan habituados a las noticias referentes a la corrupción política que ya no nos extraña nada. Esta semana el turno corresponde a la acusación de dos altos cargos implicando a Arias Cañete, consorte de señora con cuenta en Panamá, comisario europeo, en el caso Acuamed. También a las declaraciones de Marjaliza ante el juez Velasco implicando a Francisco Granados y otros políticos del PP, como el número tres de Cifuentes en el gobierno de Madrid; y reconociendo el pago de mítines en la campaña del socialista Tomás Gómez, incluso con la presencia de Felipe González. En palabras de Marjaliza, para trabajar, para tener obras, había que pagar comisiones.

Siendo gravísima la corrupción política que ha afectado a casi todos los partidos que han disfrutado del poder, es también sumamente grave el intento, por parte de algunos tertulianos y columnistas, de corromper el espíritu de la ciudadanía. Se trata de relativizar la cuestión de la corrupción política con argumentos sinuosos y sofismas de medio pelo que tienen como objetivo defender el statu quo, porque, de una forma u otra, la peripecia personal de tales personajes está entreverada con la propia peripecia del sistema político. Uno de los argumentos más socorridos del tertuliano, expresado con enojo y aspavientos, reza tal que así: "¡Estamos continuamente hablando de los corruptos y nunca hablamos de los corruptores; no existirían los primeros si no existieran los segundos, con esos es con los que hay que acabar!". El otro argumento más utilizado es el de desviar la responsabilidad de la corrupción política al conjunto de la sociedad: "Los políticos son un reflejo de la sociedad. Como la sociedad es corrupta, los políticos lo son. Para cambiar las cosas hay que cambiar primero a la sociedad".

Vayamos con el primer argumento. Supone la existencia generalizada de personajes que, acercándose cautamente al político espejo de la honradez, le susurran al oído, como Mefistófeles: "Puedes arriesgarte. Comprométete, pues; con júbilo verás en estos días mis artes; yo te daré lo que hombre alguno podría darte." Y, claro, ante tales promesas, raro es el político que no caiga en la tentación de traicionar los valores que se le suponen. Cuando el Señor, en Fausto, le pregunta a Mefistófeles el porqué nada encuentra bien en la tierra, su obra, responde éste: "No Señor; que allí, como siempre, todo anda magníficamente mal, el diosecillo del mundo sigue siendo siempre del mismo jaez. Algo mejor viviría si no le hubieras concedido ese destello de la celestial lumbre, que él llama razón, y del que tan sólo se sirve para portarse más animalmente que cualquier animal". No digo que no pueda haber algún caso parecido. Pero no creo que sea la norma. La corrupción política tiene que ver con el ejercicio del poder. La naturaleza humana es la que es. Esto pasa en todas partes; en España y en la Cochinchina En absoluto niego la existencia de empresarios dispuestos tentar a políticos para poner en marcha suculentos negocios, pero lo normal ha sido pagar comisiones como peaje obligado para conseguir contratos de las administraciones, en muchos casos de proyectos pensados con tal finalidad. Pasaba aquí, en Mallorca, cuando en el Consell mandaban Munar y UM apoyados por el PP o por PSOE y PSM, cuando los promotores confesaban que si no se retrataban pasando ventanilla no había ni licencia ni aprobación de plan urbanístico alguno. Pasaba aquí cuando Matas daba indicaciones, como confesaba Ana Castillo, a la mesa de contratación de a quién se adjudicaba Son Espases. Pero a los empresarios no los votamos, sino a los políticos. Y es a los políticos a los que tenemos que pedir responsabilidades. A los empresarios que incurran en estos delitos, es a la justicia a quien le corresponde juzgarlos. El problema no son las personas, como dice Rajoy, son los partidos, que han colonizado las administraciones, que se han financiado ilegalmente (y, como correlato, han propiciado la corrupción de los mediadores), y las propias instituciones que, sin separación de poderes, sin que el político responda personalmente en una circunscripción uninominal ante el elector, han dejado inerme a la sociedad frente a la corrupción, de una forma en absoluto equiparable al resto de Estados europeos.

Respecto al segundo argumento, cabe decir del mismo su carácter exculpatorio. Si los políticos corruptos lo son porque la sociedad lo es, entonces la culpa no es suya, sino de la sociedad. Luego si todos somos culpables, nadie es culpable. A la que hay que cambiar es a la sociedad. Es decir, son los aparatos corruptos, clientelares, de los partidos, los que van a construir una sociedad sana... El hombre es un cúmulo de contradicciones. Si de él se ha dicho que es un primate polígamo que se empeña en ser monógamo, con las consecuencias que conocemos a lo largo de toda la historia, también podríamos justificar la contradicción del hombre moderno, especialmente en Europa, como la de un hobbesiano que se empeña en ser rousseauniano. Si las instituciones, como las anglosajonas, no están diseñadas para proteger al conjunto de la sociedad con un criterio basado en la desconfianza ante la naturaleza humana, que supone la elección directa de los representantes, el equilibrio de poderes, la desconfianza ante el poder mismo, la defensa de los derechos individuales, la exigencia de la ejemplaridad, fracasan, como en España. La ejemplaridad en el respeto a los valores que se consideran necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad, no es una conducta que se construya y se dirija de abajo arriba, que significaría que los padres en un ámbito y los políticos en otro, tomaran ejemplo de los hijos los primeros, de los ciudadanos los segundos. Es al revés, la ejemplaridad sólo tiene sentido si es una conducta construida desde arriba y dirigida hacia abajo; desde los padres hacia los hijos y desde los políticos hacia los ciudadanos. Es de esta manera que se construye la finísima capa de civilización que nos recubre. Que desaparece al evidenciarse que la ejemplaridad es un cuento más del poder. Por eso, el hecho de mentir es tan castigado en democracias como la estadounidense o la alemana. Siempre recordaré una frase de un dirigente socialista de principios del siglo XX respecto a los candidatos del PSOE a ser concejales: "Hay que escoger a los más honestos y vigilarlos como si fueran ladrones". Algo de esta actitud se habrá perdido en la sociedad y en el PSOE después de conocer el escándalo de la trama Gürtel, de la Púnica, de Valencia, de Pujol, de las tarjetas black de Bankia, del expolio de las Cajas, los cursos de formación de patronal, UGT y CC OO, los ERE, y los 1,2 millones euros de Fernández Villa, secretario general del Soma-UGT, hombre de Alfonso Guerra, con los que se acogió a la amnistía fiscal del PP.

Para mantener las cosas tal cual o un poco maquilladas, defendiendo los privilegios que creen suyos, es por lo que el poder y sus acólitos en los medios de comunicación intentan, al verse en peligro, pasar de la corrupción política a la corrupción de los espíritus.

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