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Antonio Papell

Un gran programa de reformas

La compleja entrevista de Felipe González con la que el expresidente del Gobierno ha querido contribuir a la gobernabilidad de este país en la difícil coyuntura derivada de los resultados del 20D sostiene una tesis fundamental que resulta difícilmente controvertible: lo importante no es encontrar una fórmula estable de gobierno para salvar de algún modo la legislatura sino sacar adelante un gran programa de reformas que corrija los efectos destructivos de la crisis económica que hemos padecido y restaure el deteriorado estado de bienestar, ponga al día un marco institucional que se ha quedado antiguo por el paso del tiempo y la evolución de las creencias colectivas, contribuya a resolver el conflicto catalán e incorpore nuevos elementos traídos por la modernidad al sistema de relaciones sociales y políticas.

En la entrevista, ambigua en sus aspectos más inmediatos, González enuncia sin embargo con gran pormenor este programa, que no me resisto a sintetizar porque es un resumen magnífico del plan de viaje que deberíamos emprender cuanto antes. Sus principales elementos serían estos: recomponer con criterios de sostenibilidad la cohesión social destruida a consecuencia de la crisis, restablecer la economía social de mercado, corregir las grandes desigualdades crónicas o sobrevenidas mediante una combinación equilibrada de competitividad y redistribución; dignificar el trabajo superando la precariedad, mejorando los salarios y vinculándolos a la productividad; recuperar el acceso universal a la sanidad; pactar una reforma educativa en general y de la Formación Profesional en particular; apoyar sin retórica la investigación y la innovación para incrementar la competitividad y generar empleos de calidad; federalizar nuestro modelo autonómico garantizando la descentralización y la financiación aunque "preservando el poder del Gobierno central como responsable de la igualdad de derechos y obligaciones de todos los ciudadanos"; reformar la ley electoral; y auspiciar la regeneración del sistema para luchar con contundencia contra las prácticas corruptas que se han vuelto estructurales en este país.

El listado no es propiamente ideológico porque ninguna opción de las mayoritarias encontrará objeciones a este conjunto de imperativos que resultarían obvios si nuestra situación democrática fuera normal. Porque no lo es en absoluto ya que estamos efectivamente en el extremo de un periodo en el que hemos desarrollado hasta el límite el régimen democrático sin tomarnos la molestia de velar por su salud, de impulsar las correcciones de rumbo necesarias para mantenerlo en línea recta, de combatir sintomáticamente la derivas -en materia de igualdad, por ejemplo-y sin atacar debidamente la etiología sospechosa de la corrupción. Nunca debimos permitir, por ejemplo, que todo el aparato de poder de una comunidad autónoma como Valencia se degradara éticamente hasta los extremos que estamos observando hoy día sin intervenir a tiempo con mano férrea, ya no policial y judicialmente sino también políticamente. Porque no es creíble la sorpresa que manifiestan Rajoy y su equipo cuando toda la porquería acumulada sale a la luz.

En definitiva, el 20D ha reflejado a través de las urnas una clara reacción social frente a un statu quo que ya no daba más de sí y que ha de ser recompuesto. Lo de menos es ahora quién gobierne -siempre que vayan a la reserva los responsables más directos del desaguisado- porque lo más relevante es poner en marcha la gran rectificación. González ha aportado el catálogo de necesidades, muchas de las cuales son también abordadas por los programas reformistas del PSOE y de Ciudadanos. Falta tan sólo, pues, establecer los debidos acuerdos y echar a andar. El cómo hacerlo ha de ser resuelto por los propios actores, que no pueden ni deben resignarse a unas nuevas elecciones, que aplazarían el problema y significarían que los aludidos no han entendido nada de lo que está ocurriendo.

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