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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Perros también al volante

En su afán por fomentar la convivencia obligatoria de los palmesanos con las mascotas, Cort permitirá que los perros grandes viajen en los autobuses urbanos. Mucho tendrían que mejorar el transporte público y el comportamiento de los dueños de animales antes de tomar una medida como esa

El único departamento que funciona como si no hubiera un mañana en el ayuntamiento de Palma es el de Protección Animal. Ojalá se trabajara con el brío que demuestra dicho negociado en pro de los niños o de los ancianos que sobreviven en esta ciudad hostil a todo aquel que no se valga por sus propios medios. Por lo visto, la nueva política consiste en anteponer los intereses de los seres irracionales al resto. Desde la semana pasada los perros grandes pueden acceder a cuatro nuevas líneas de autobús de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), dos de ellas las más usadas por los turistas, siempre que haya sitio, vayan atados con correa y lleven puesto un bozal. Las razas peligrosas no pueden subir, supongo que a los conductores les han dado un curso de identificación canina para que sean capaces de descartarlas de un vistazo en plena hora punta, mientras vigilan y cobran y se preocupan de cumplir con la frecuencia asignada. Y que les han proporcionado asimismo una fregona para que si el perro en cuestión se mea en el vehículo, como ocurrió el mismo día de la presentación a la prensa de esta novedad animalista, no se paralice el servicio ni se ponga en riesgo la higiene de los pasajeros. Se trata de una acción inédita en España. O sea, que ciudades que cuentan con un servicio de transporte público mucho mejor dotado, más rentable y más barato que el nuestro tienen vetada la entrada de perros, salvo aquellos que por su tamaño puedan ir en trasportín. Por algo será.

En los autobuses de Palma no se respeta el espacio reservado a las sillas de bebé, ni se facilita su acceso con la rampa, al menos en mi experiencia de tres años empujando una: los usuarios no se apartan y los chóferes no les obligan a hacer hueco como sí ocurre en otras capitales. Lo mismo pueden decir las personas mayores, las embarazadas y los ciudadanos con dificultades motoras, a quienes pocas veces se ve en los asientos reservados que les corresponden. Las líneas turísticas suelen ir abarrotadas seis meses al año y se saltan las paradas centrales del trayecto. En este contexto, añadir perros grandes a la ecuación parece un empeño por acarrear nuevas molestias, empeorar el servicio e incrementar todavía más el desafecto de los palmesanos por el transporte sostenible, ese que debería ser la alternativa al uso del vehículo particular que ha convertido el centro de la urbe en un infierno de tráfico y aparcamientos saturados. De todos los aspectos manifiestamente mejorables de los autobuses públicos, desde las frecuencias insuficientes a las paradas sin marquesinas, la información deficiente, o la ausencia de líneas nocturnas, el consistorio ha elegido solucionar el perentorio asunto de la movilidad canina. Lo siguiente puede ser poner los perros al volante, para que no se sientan discriminados respecto a los humanos tampoco en ese punto.

Basta ver cómo están las calles, los paseos y los parques, plagados de excrementos, para comprender que harían falta muchas campañas de concienciación dirigidas a los dueños de mascotas antes de obligar al resto de palmesanos a compartir con ellas el reducido espacio de un autobús. Claro que recordar a quienes poseen animales de compañía que tienen todos los derechos y también algunas obligaciones no es una prioridad para este Ayuntamiento, no se vayan a sentir agraviados.

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