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Tic-tac...: Empieza la cuenta atrás

Así publicitaba en días pasados Pablo Iglesias, el líder de Podemos, la manifestación de ayer. Ingenioso, si quieren, el ruido de un imaginario metrónomo que anuncia su apuesta por el triunfo electoral. "Partido a partido, que diría el Cholo Simeone", no se cansa de repetir, sin percatarse de que la reiteración le resta gracia.

El caso es que, desde que supe de Podemos y tras las elecciones europeas, la simpatía inicial se ha ido mudando en desconfianza por motivos varios que paso a exponerles. Y no es el menor la sorpresa que me produce encontrar a cualquiera de los tres me refiero al propio Iglesias, Errejón y Monedero hasta en la sopa. Que no sé a qué vendrá semejante trato de favor, siquiera en la Sexta, en contraste con el que se brinda a representantes de otros partidos. Por lo demás, y tras escucharles una y otra vez diciendo tres cuartos de lo mismo, sospecho que comparten algunas de las características que critican. Se diría que el grupito sigue un guión del que no se apartan así caigan chuzos de punta, con la única excepción, a mi juicio, de la entrevista que hizo a don Pablo la periodista Ana Pastor, que consiguió ponerle contra las cuerdas.

Se manejan entre el hieratismo, sin mover un músculo cuando son interpelados (e incluyo la sonrisa de condescendencia, perenne), y la autosuficiencia que es propia, por cierto, de muchos miembros de esa casta que repudian pero llevan camino de emular en cuanto se posicionen. Y no se diferencian de ellos en cuanto al dogmatismo de que hacen gala, a medio camino entre la jactancia y el populismo (y con perdón lo segundo, porque lejos de mi intención remedar a sus oponentes). Se dirían cortados los tres por el mismo patrón, y la espontaneidad, de agradecer en tiempos de cinismo y tantas mentirijillas, ha sido suplantada por exposiciones elaboradas e iguales a sí mismas semana tras semana. Al modo con que se imparte clase, por un decir, aunque algo puede haber de eso dada su formación docente. Sin embargo, tan impropio es que nos confundan con un descerebrado rebaño como el que debamos asumir el papel de alumnos sin derecho a réplica. Y de haberla, será inmediatamente descalificada en el mismo estilo impostado y cuajado de clichés.

He constatado hasta la saciedad que nunca muestran inseguridad, meditan antes de responder o incorporan a su argumentario alguna observación razonable de cualquier contertulio. Eso no apunta al talante que cabría esperar de quienes pretenden enriquecer y enriquecerse con el debate, lo cual me lleva a pensar que sus exhibiciones dialécticas sin dubitación, poros ni matices, responden a más de una razón o, en todo caso, ninguna de ellas excluye a las restantes, de las que apetecería pistas más allá de esa omnipresencia para ganar (a lo Cholo Simeone) y el oportunismo que ello implica. Por emular el consejo de Oscar Wilde, parece que sea la forma y no la sinceridad lo que más cuidan. En esa línea, abundan las genéricas declaraciones de intenciones por sobre la precisión en las medidas (cierto es, no obstante, que estamos a la espera de su programa electoral), sortean los envites con la habilidad de un profesional empeñado en llevarse el gato al agua mucho tendrá que ver su formación académica, aunque ello no garantice cambios sustanciales en el futuro y cualquier crítica personal se transforma, merced a su verbo fácil, en cuestionamiento de la causa que abanderan, aunque los espectadores hayamos terminado, a fuer de repetido, por percibir el ardid.

Y, como guinda, las bromitas repetidas, recursos de cualquier manual para mejor hacerse con la audiencia pero que no obran el efecto apetecido. Porque eso de que "dirán que matamos a Kennedy" (tres veces en dos días) o que "hemos susurrado al oído del toro que mató a Manolete" otras tantas, pues la verdad? Como lo de llamar Pantuflo a Inda. Y no es que don Eduardo o Marhuenda, otro de los habituales, sean precisamente santos de mi devoción o sus intervenciones, cansinas y previsibles, entusiasmen. Pero en todo caso no son, gracias sean dadas, alternativa electoral como sucede con un trío que también ha terminado por aburrir. Y es que, con su bagaje académico, debieran ya saber a estas alturas lo que Madame de Pompadour aprendió en los salones: que es más difícil seducir que engañar.

Cierto es que, en un principio, su empeño se me antojó un soplo de aire fresco que, por continuado y sin variación alguna, podría acabar siendo molesto. Y no por fresco sino por soplo sin altibajos. Así, y comparto con otros la sensación, de continuar igual corren el riesgo de cambiarnos la inicial ilusión por escepticismo y, como podría ocurrir con Syriza tras las negociaciones con la troika, a ver si resultará que finalmente convierten sus convicciones, ante la tozudez de los hechos, en meras posibilidades de suerte variable. Si fuera así, siempre podremos consolarnos acudiendo a André Breton y aquello de que todas las ideas que triunfan corren hacia su perdición. Y todos los que triunfan, corren hacia la casta. Aunque todo esté por ver. Por supuesto.

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