Es cierto que en Balears disfrutamos de algunas de las mejores playas del mundo. Abrimos la boca ante fotografías del Caribe o los Mares del Sur, y de repente nos viene a la memoria, por ejemplo, aquel atardecer frente a los islotes de Es Vedrá, o un legendario gintonic con los pies cubiertos de finísima arena blanca en Formentera. Pero estos fogonazos de felicidad casi doméstica no consiguen deslumbrarnos lo suficiente para dejar de buscar lejos de casa otros resplandores. Uno de los lugares del mundo que más me han recordado a Eivissa es Búzios, en Brasil. Esta antigua aldea de pescadores, rodeada de playas paradisíacas, experimentó al igual que la Pitiusa mayor un rápido desarrollo turístico en los años setenta, y también consiguió mantener gran parte de su estilo arquitectónico tradicional, con casas de dos alturas construidas en materiales rústicos. Muchas de ellas han sido reconvertidas en pousadas, alojamientos de alto standing que acogen un tipo de turista exigente y de elevado poder adquisitivo, que han posicionado a Búzios como un destino que combina la sofisticación con el respeto al medio ambiente. A 80 kilómetros al norte se encuentra Macaé, una ciudad que ha crecido de manera exponencial en los últimos años por la implantación de más de 4.000 empresas vinculadas a la industria petrolera. Su Producto Interior Bruto per capita duplica al del resto del país, y concentra, por ejemplo, el 80% de las inversiones de la multinacional Petrobras en exploración y producción de hidrocarburos.

Pero no volemos tan lejos. La postal turística más conocida de un destino verde por excelencia como Noruega es el Preikestolen, un imponente macizo rocoso que se levanta 600 metros sobre el fiordo de la Luz, y que está rematado por una superficie totalmente plana que permite a los más valientes, o insensatos, asomarse a un precipicio que no olvidarán durante el resto de su vida. Desde el último sitio al que te puede acercar un vehículo de motor, hay que caminar como mínimo un par de horas atravesando lagos glaciares por senderos que cortan la respiración, y no sólo por la pendiente. Pero cualquier aproximación a esta maravilla natural famosa en todo el mundo comienza a escasos 40 kilómetros, en la ciudad portuaria de Stavanger, la capital noruega del petróleo y sede de Statoil, la mayor empresa pública de este país escandinavo que da empleo a casi 20.000 personas.

La semana pasada la coalición valenciana Compromís, de acuerdo con PSM-IU-ExM, presentaba una moción en el Congreso de los Diputados contra las prospecciones petrolíferas porque "pondrían en peligro el ecosistema, la pesca, el turismo, y arruinaría zonas en las que miles de personas viven de estos sectores en Balears y Valencia". Dicho así parece que van a empezar mañana a taladrar nuestros fondos marinos, pero en los últimos 40 años se han realizado 27 sondeos en el Mediterráneo, un 15% de los autorizados en España. La verdad es que no hace gracia tener esos mamotretos cerca, y es lógico que todos nos apuntemos a lo que los anglosajones denominan discurso NIMBY (Not In My Back Yard), que en el plano municipal se aplica también con éxito para un centro penitenciario, una incineradora, una central nuclear, un depósito de residuos tóxicos, etc. El problema estriba en que vivimos en un país con una dependencia energética del petróleo 30 puntos por encima de la media europea, y eso supone que cada vez que en la Casa Blanca deciden invadir un país, o algún reyezuelo extravagante se pone farruco con su programa de desarrollo nuclear con el pacífico fin de acojonar a Israel, nuestras carteras tiemblan en las gasolineras en mucha mayor medida que las de nuestros vecinos europeos.

Las autoridades comunitarias están endureciendo progresivamente en los últimos años los controles sobre las prospecciones de recursos fósiles, y las técnicas para realizarlas ya no pueden obviar como antaño determinadas garantías medioambientales. Yo no sé si a 40 kilómetros de las costas de Eivissa y Valencia, o a 60 kilómetros de las costas canarias se deben autorizar estas exploraciones. Lo que sí creo es que el asunto merece un debate serio y riguroso, con información veraz y documentada, y no zanjar la cuestión con el discurso acongojante de los sempiternos profetas del apocalipsis que nos tratan al resto como a alumnos de una escoleta.