Lo que muchos han estimado "plausible" está muy cerca de transmutarse en "certeza": la existencia de vida en otros mundos. "Cazadores de planetas" (se han detectado desde mediados de los años noventa del pasado siglo cerca de mil) de la Universidad de California, financiados por la NASA, han descubierto, a veinte años luz de la Tierra, un planeta, Gliese 581 g (los bautizan que se las trae), que, según sus descubridores, tiene "el cien por cien de probabilidades de que exista vida". Este mundo no tiene movimiento de rotación, por lo que su sol siempre calienta una cara del planeta y deja helada la otra. La vida habría amanecido en su seno en la franja de penumbra existente entre las dos caras del mismo. Muy sugerente. Los astrónomos aseguran que con el tiempo, habrá otros muchos planetas rocosos y con agua, situados a la distancia justa de sus soles para que brote la vida. Los astrónomos no consideran excesiva la cifra de cuarenta mil millones de planetas "vivos" sólo en la Vía Láctea, nuestra Galaxia. En el Universo conocido el número de galaxias se estima en cien mil millones. Calculen.

Lo chocante es que lo que ahora está en ciernes de ser demostrado: conocer que la Tierra nunca ha sido la gran excepción del Universo, sino que es un elemento más del común denominador del mismo, la vida, desde hace siglos es sabido por algunos, que casi siempre han pagado carísima la osadía de defenderlo y anunciarlo. El monje Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por la "policía del pensamiento" de la Iglesia católica, la Inquisición, por sostener la "pluralidad de mundos habitados". Bruno creía resueltamente que no estamos solos en el Cosmos, que una pléyade de civilizaciones se expanden en el inabarcable Universo. Demasiado para la ortodoxia vaticana, que borró el pensamiento del monje, arrojando su cuerpo a las llamas. Al igual que Bruno, muchos otros fueron perseguidos o sumidos en el silencio por sostener tesis similares: no había espacio para el pensamiento libre, para los que nunca creyeron que las fronteras de la vida empezaban y acababan en la Tierra. Después, cuando las iglesias perdieron el poder coercitivo sobre las mentes del que habían dispuesto, las burlas y la exclusión de los "círculos científicos" fue la pena que recayó en los que seguían la estela de Bruno y sus predecesores.

Ahora, son los científicos los que ya no ponen trabas a la todavía hipótesis de que la vida esté firmemente asentada en las galaxias, en algunos de los billones de planetas que albergan. ¿Cuántos pueden contener vida? ¿Algunos vida inteligente? ¿Qué número de civilizaciones, si las hay, están presentes en el Universo en acelerada expansión en el que habitamos? También aquí los cálculos se disparan: pueden ser cientos de miles exclusivamente en la Vía Láctea ¿Y en otros universos? Resulta que los físicos teóricos han acuñado una nueva teoría: la del "multiverso". La película Origen discurre por parecidos senderos. Por fin han llegado los tiempos en los que el pensamiento se expresa libremente; acompañado, además, de una mayor osadía de los científicos al dar a conocer sus especulaciones. El objetivo de los astrónomos se centra hoy en detectar un planeta en todo similar a la Tierra. Pronto se dispondrá de los instrumentos adecuados para conseguirlo. En un par de décadas, ya no será el extraño "Gliese 581 g", sino un mundo que tendrá movimiento de rotación, orbitará alrededor de su sol a una distancia adecuada del mismo, similar a la de la Tierra, y su tonalidad será probablemente azul. Cuando la "certeza" del "no estamos solos" sea certeza, seguramente las preguntas serán otras, pero muy diferentes a las que nos planteamos.

Desde que en la década de los veinte del siglo XX, el belga Georges Lemaître, otro sacerdote, qué cosas, enunció la teoría del Big Bang (el gran estallido o la gran explosión) para explicar cómo surgió el Universo hace 13.700 millones de años, el horizonte científico se amplía velozmente. Lo que está por venir es, aseguran no pocos, lo más excitante de toda la historia humana.