No sé a ustedes, pero a mí el informe del Grupo de Reflexión europeo me ha desconcertado. El contenido lo conocimos hace unos días y, grosso modo, viene a decirnos que se acabó la fiesta. Y eso justo cuando la Unión Europea (ex Mercado Común Europeo) celebra sus sesenta años y cuando los organismos públicos españoles se lanzan a izar banderas azules con estrellitas. Y justo, además, cuando a España le toca el turno rotatorio de presidir el invento. También es mala pata. Porque con las noticias que nos ha endilgado el también llamado "grupo de sabios" se nos agua ese guateque donde los españoles tardamos un montón de años en entrar. Uno cuyas luces sólo veíamos desde lejos y cuya música nos parecía el colmo de lo deseable. Pues bien: ahora resulta que el chiringuito europeo al que tanto nos costó sumarnos amenaza con cerrar. Uno pillará el tocadiscos, otro las fantas, el de más allá los discos de Pink Floyd, y cada mochuelo a su olivo. Porque, según el informe de marras, esto va fatal.

Los más jóvenes del lugar (aparte de no estudiar latín) son afortunados: nacieron ya en Europa y no han conocido el "vivo sin vivir en mí" de mi generación. Criados en la cultura de la información y en años de bonanza, viajan con absoluta normalidad fuera de nuestras fronteras y se comunican con el extranjero como quien bebe un vaso de agua. Por eso la perspectiva de una Europa desmantelada (si es que alguna vez llegó a estar "mantelada" del todo) tal vez los traiga al pairo. Pero para quienes en la lejana e impresionable adolescencia supimos lo que era llegar a un aeropuerto y tener que ir por el pasillo de los no ciudadanos de la CEE; para quienes crecimos creyendo que entrar en Europa sería la solución a todos nuestros males; para quienes, en fin, vivimos la incorporación a Europa como un triunfo memorable, el informe pinta un cuadro desolador. A la hora de la verdad, somos un puñado de países sin demasiadas cosas en común, con enormes desigualdades y puntos de vista muy distintos. Para colmo, se nos acaban los dineros y somos más viejos que el hilo negro. ¡Alegría!

A estas alturas ya sabemos que Europa no es Disneylandia, pero, ¿se equivocaban quienes pensaron en un futuro común como mejor salida tras el horror de la Segunda Guerra Mundial? El Grupo de Reflexión también aporta posibles soluciones, centradas, cómo no, en aspectos económicos. Y una echa de menos algo más de espíritu en tanta letra. No me refiero a la retórica hueca y la pompa europeísta de otros tiempos, que se traducían en medidas de lo más prosaico y descarnado. Echo en falta algo básico, tan necesario para el ser humano como el aire que respira: argumentos que hablen de esperanza. ¿Es posible que este sesudo grupo de personalidades no haya encontrado el modo de transmitir algo de ilusión? ¿O es que, definitivamente, lo de Grecia no es una anécdota sino el puro y duro color de lo que se avecina?