Para desilusión de muchos el juez Castro no ha dudado ni una milésima de segundo a la hora de oponerse a que la princesa Corinna declarase como testigo en el caso Nóos, una prueba reclamada por el imputado Diego Torres, seguramente para calentar una instrucción que languidece.

Se nos va Corinna. No le podremos preguntar si fue agasajada debidamente cuando asistió, como invitada vip, a uno de los foros organizados por Nóos en Valencia con fondos públicos. Todos pagamos aquellos fastos, así que es normal que queramos saber si quedamos bien con la amiga del Rey.

Tampoco podremos aclarar qué pasó cuando Iñaki Urdangarin, tras mostrarse muy interesado por el trabajo en la Fundación Laureus que le ofrecía la princesa, pegó la espantada y se quedó en Nóos.

Corinna no vendrá, aunque podría ser citada como testigo para el macrojuicio de Nóos, algo que cada día parece más próximo.

Nos quedan los duques de Palma, de los que, muy a su pesar, cada día sabemos más de su vida cotidiana: vacaciones, viajes, libros de lectura para sus hijos, gustos gastronómicos, preferencias artísticas, escoletas de verano para los niños, y hasta a los cuatro amigos que invitaron a una final Barça-Manchester en Roma.

La causa de esta forzosa desnudez es que Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina usaron dinero de su consultora Aizoon para pagar esos y otros gastos particulares.

Aizoon, según Hacienda, era una fachada improductiva. Servía para canalizar el dinero ganado por Urdangarin con los negocios de Nóos, pero no tenía vida como consultoría. Parte de su plantilla fue usada para dar de alta a los empleados del servicio doméstico de los duques y a algunos parientes de Iñaki Urdangarin.

Como Aizoon no hacía nada (salvo ganar dinero a espuertas) había que simular alguna actividad y por eso se le apuntaban gastos ajenos. ¿Será eso delictivo?