¿Quién tiene 650 euros sueltos para un fular de la exclusivísima marca italiana Loro Piano? ¿O seis millones de vellón para comprarse un velero de verano y un Ferrari tan rojo y descapotado como el de Alonso? ¿O 180.000 míseros euritos para desmadejar al mismísimo San Valentín con un reloj de enamorado forrado y sin complejos? Probablemente a la mayoría de los que leen esto les ocurre lo mismo que al que escribe: que ni andan tan sobrados de parné ni tienen el gusto de haber visto siquiera el sello del tal Loro Piano. Pero al lujo le pasa como al Gobierno: aunque solo lo veamos por la tele, existe. Y muchos viven de él y en él. También en Mallorca, puerto al que arriban cada año algunas de las fortunas más floridas de la tierra. Son jeques del petrodolar, actores de alfombra roja, empresarios de lista Forbes, nobleza de mérito hereditario y magnates de apellido compuesto en siglos de Vieja Europa que resisten las mareas del dinero con la solvencia de un acantilado de granito. Son los ricos entre los ricos, ciudadanos con el exceso de billetes por castigo para los que la recesión no ha sido más que un tema de conversación escasamente socorrido.

Lo cuentan quienes los tratan, negocios mallorquines que se alimentan a grandes bocados de los que más tienen, que hoy por hoy tienen más que nunca. ¿Por qué? Porque la crisis ha barrido a los ricos a secas, esos millonarios contingentes y pasajeros reducidos por la recesión a la categoría de fortuna de medio pelo. Lo explica con maestría Pablo Fuster, de la Relojería Alemana: "La crisis se ha notado mucho en las ventas del día a día, en lo más normal: los relojes y joyas de 4.000 y 5.000 euros. En cambio, lo realmente exclusivo, los relojes de 150.000 o 180.000 euros se venden a un ritmo parecido. Y para los compradores de este tipo es incluso más fácil. Al no haber tanta demanda el acceso a relojes de marcas como Patek Philippe o Rolex es más rápido y sencillo".

Así que los ricos ricos de Mallorca no lloran ni en la peor de las crisis. Aunque sí disimulan su capacidad para los excesos, que ostentar no está de moda. "Los diseñadores se adaptan y quizá ahora son más sobrios, como los clientes. Eso no quiere decir que la gente haya dejado de tener dinero, pero se nota más prudencia. No son tiempos para alardear", cuenta desde un despacho tan cuidado que parece decorado con cincel el responsable de la lujosa cadena de moda Corner, Alberto Tous. A sus pies, desde el edificio ubicado en la mejor esquina de la calle de las esquinas doradas, reluce el paseo del Borne. En sus escaparates se puede encontrar de todo: desde un vestido de Prada de 5.000 euros a un bolso Miu Miu de 1.200 (no es broma). Aunque encontrarlo no es comprarlo, como recalca el propio Tous: "Los clientes de siempre siguen viniendo, pero las ventas van más lentas. El verano pasado fue malo. Y este año esperamos que vaya mejor gracias a la recuperación de otros países, que presumiblemente hará que aquí notemos la mejoría antes que el resto de España. Pero de momento seguimos sufriendo".

Sufre la nobleza del ladrillo

Todo porque la crisis ha purgado a los ricos menores, arribistas hechos a sí mismos que durante años impulsaron el país de tal modo que llegaron a permitirse la insolencia de aspirar a ocupar trono de nobleza económica. "Esos ahora están en período de información. Miran y miran, pero ya veremos si compran", cuenta con desparpajo, simpatía y sonrisa pícara Magdalena Massot, de la tienda más arrebatadora del mundo de la tecnología, Bang & Olufsen, con plaza y precios de vértigo en la rambla palmesana. Si no lo creen les bastará con echar un ojo a lo mejor de su catálogo, un televisor que cotiza a precio de piso: 100.000 euros por 103 pulgadas de pantalla capaz de moverse al gusto de espectadores de lomo tan forrado que no precisan cambiarse de sitio para ver la tele desde otro ángulo.

El problema es que de esos clientes hay pocos, por eso el negocio del lujo sufre en todos sus frentes la caída de los ricos a secas, representados hasta hace muy poco por una nobleza del ladrillo ahora en retirada. "Es cierto. Los clientes de la construcción han dejado de venir. Es comprensible. Lo están pasando mal. Y también en otros sectores. También nosotros. Quien diga lo contrario miente. Pero es lógico que no te compres un reloj de oro o una joya valiosa cuando acabas de despedir a cincuenta personas", sintetiza Pablo Fuster desde la segunda planta de la Relojería Alemana, que no ocupa la mejor esquina ni tiene el escaparate más ostentoso, pero su fama la identifica como a ninguna con el gusto más refinado. También con la facilidad para hacer dinero. Cinco minutos de espera en uno de sus sofás de cuero de la primera planta sirven para cargarse el chiste de los famosos billetes Bin Laden, que no solo existen sino que además se pueden ver cuando salen recién planchados de las carteras bien nutridas de clientes con fortuna suficiente como para fundir miles de euros en un solo reloj.

O en un velero con mástil de fibra de titanio para navegar unos días al año por el Mediterráneo mallorquín. Aunque en el caso de los barcos de lujo incluso los ricos más ricos pestañean. No es para menos: no es lo mismo dejarse 180.000 euros en un Rolex o 6.000 en una monada de Prada que apoquinar de golpe los cinco millones de euros que cuestan los mejores veleros de Fine Yacht, un negocio con sede en Jaume III y origen en Alemania en el que son tan optimistas sobre la salida de la crisis como contundentes a la hora de referirse a su impacto. "En este negocio hablamos con financieros y grandes empresarios y ninguno esperaba que la recesión llegara a ser tan fuerte. 2009 fue una tristeza. No vendimos barcos nuevos, aunque tuvimos la suerte de que no nos desaparecieran clientes que los habían reservado antes de la crisis. Este año en cambio se ve luz al final del túnel, y no parece que sea el tren viniendo a atropellarnos. Ya hemos vendido dos barcos y en salones náuticos como el de Düsseldorf los astilleros que representamos (X-Yachts y Contest Yacht) salieron contentos", analiza Hans-Ulrich Heisler, que matiza que la alegría va por barrios. "En España –dice en castellano casi perfecto este empresario llegado de Alemania hace ahora nueve años– la clase alta-alta ya ha pasado el susto. Se reorganizaron, miraron sus cuentas y ahora vienen otra vez, pero no tan furiosos por comprar como antes. Y eso es sano", resume Heisler, para quien la prudencia es una de las grandes virtudes del empresario. Por eso no le extraña que los mayores magnates de la economía alemana hayan decidido aplazar las compras unos meses. Al fin y al cabo, un velero de lujo bien puede esperar un añito.

Casas con muchos kilates

Y lo mismo se puede decir de casas de tantos kilates como las que iluminan los escaparates (en el Borne, claro) de inmobiliarias como Kuhn & Partner y Engel & Volkers. De tamaño excesivo y belleza indescriptible para este pobre redactor, la prolongada lista de ceros a la derecha que dan forma a sus precios hace pensar que son bienes imposibles de vender. Pero no. Se venden. Y a un ritmo similar al de antes de la crisis. "Las mansiones de lujo, cuando son realmente diferentes o están ubicadas en un sitio muy especial cercano al mar o con vistas excepcionales, no bajan de precio", resumen en Kuhn & Partner. De hecho, en algunos casos los precios incluso suben. "Son bienes que se revalorizan año a año, porque son exclusivos. Y como tales, buenas inversiones", aclara Fernando Escrivá, un agente con inmobiliaria en la siempre demandada y lujosa zona de Portals. Allí es posible encontrar dúplex con terraza cara al puerto con más yates de la isla por 5 millones de euros. O mansiones de 3 millones colgadas de un acantilado en Santa Ponça. O apartamentitos de millón con tanta luz en las ventanas como lustre en la decoración.

En ellos viven personas como la actriz Christine Kaufmann, la mujer de Toni Curtis, sonrisa con la que uno puede toparse si tira de cartera para cortarse el pelo en la peluquería de las tijeras de oro. Lleva por nombre Udowalz y ofrece lavados de pelo de 80 euros a quince metros del paseo del lujo que es el Borne. Allí recibe con el mismo encanto generoso que derrocha para las clientas Detleu Engwicht, el socio en Mallorca del peluquero más famoso de Alemania, que asegura que para él la crisis no ha significado reducción ni de trabajo ni de tarifas. "Tenemos clientes de muchos países y en algunos de ellos no se ha notado la recesión como aquí".

Peluquero cinco estrellas

Por eso su hoja de citas está tan repleta que hay pedir hora hasta para hacer una entrevista de cinco minutos, en la que Engwicht subraya que la diferencia de precio con otros establecimientos lleva aparejado un salto cualitativo tan notable que hay gente que viene de Alemania solo para vivir la experiencia de ponerse en sus manos. "Ofrecemos lujo, que es tiempo y atención. Por quince o veinte euros más que en otros sitios tienen a los mejores peluqueros y todo el tiempo que precisen de nosotros. Saben que saldrán de aquí muy guapas", presume.

Quizá por eso sonríe incesante Kaufmann. Y el propio Engwicht, que prescribe para combatir esta crisis galopante el mismo optimismo del que hablan en uno de los hoteles más lujosos de Mallorca, el Castillo Hotel Son Vida, de la cadena Starwood. Desde sus salones de película reconocen que la crisis ha reducido clientela, pero ha servido para sacarle lustre a sus cinco estrellas. "Nos habría gustado recibir más clientes, claro –detalla Christina Crespo–. Se ha notado el impacto sobre todo en gente de capacidad económica media-alta, pero nos lo hemos tomado como un reto. Hemos mejorado servicio e introducido conceptos que aumentan la calidad de la atención. La crisis nos está enseñando que hay que mejorar constantemente". Aunque eso parece imposible en un hotel que incluye el mayordomo en el precio de la suite. O en un joyería de relumbrón como la Relojería Alemana, que en una tienda de postín a diez metros de los muelles de Portals ofrece champagne bien frío a los clientes que se bajan de los yates. Que los ricos ricos también sudan. Pero menos.