Cuando el Reino Unido se adentra en el ojo del huracán, eso que la prensa llama ya "el invierno del descontento". Boris Johnson se resiste a ser personaje de una tragedia de Shakespeare. Su discurso ha rozado por momentos lo mesiánico, comparándose incluso con Churchill. Ningún gobierno desde aquella época, ha dicho, ha tenido las agallas que he tenido yo, en referencia a su postura con el Brexit y con la pandemia. La falta de mano de obra o la escasez de alimentos y de gasolina, que se ha traducido en peleas y altercados, es culpa según él del modelo productivo del pasado. Es más, asegura que el Brexit y el cerrojazo a la inmigración nada tienen que ver. Al contrario. Serán la clave para la subida de los salarios y para la recuperación económica. Solo el tiempo dirá si Johnson acaba ganando la partida tan arriesgada que ha jugado.