Caterina Ross (Palma, 1977) siempre soñó con entregarse a la música, aunque su padre, viendo lo buena estudiante que era, le intentaba convencer para que se dedicara a la abogacía, la banca o ejerciera de controlador aéreo. «Intenté que fuera un hobbie, pero siempre me sabía a poco, tenía hambre de escenario. Ahora, cada vez que actúo, es el mayor regalo que me puedo llevar», confiesa una cantante y compositora, ejemplo de constancia y esfuerzo, que esboza una sonrisa ante su nuevo disco, recién publicado por Blau y titulado Nunca se pierde.
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