Llega la primavera, y con ella los cambios bruscos de temperatura, las lluvias, la humedad y las polinizaciones. Una estación propicia para desarrollar alergias, que junto con catarros e infecciones respiratorias por virus y bacterias, pueden descompensar, empeorar o agudizar el asma. Muchos de los pacientes no consideran el asma una enfermedad grave, y están acostumbrados a vivir con síntomas o con un mal control de los mismos. Frecuentemente sin el tratamiento apropiado o sólo cumpliéndolo cuando se sienten mal, lo que obviamente no es aconsejable en el medio y largo plazo. Es importante adelantarse a su evolución y, por tanto, muy recomendable la valoración por Neumología ante la presencia o empeoramiento de síntomas de alergia, la falta de aire, tos, pitos o sensación de congestión bronquial, para ajustar adecuadamente el tratamiento y prevenir descompensaciones, controlando también los factores desencadenantes. Sólo así es posible llevar una vida normal y evitar la progresión futura del asma. 

¿Qué es el asma? 

El asma es una enfermedad que se caracteriza por una predisposición de las paredes de las vías respiratorias a inflamarse, ante la exposición a alergenos, tóxicos, humos, humedad, olores, polvo, infecciones, cambios emocionales, exposiciones laborales o ambientales, y por otras muchas causas. Esto produce la obstrucción o cierre parcial, brusco y pasajero de los bronquios, que dificulta la llegada del aire con el oxígeno a los pulmones. 

«Puede afectar con diferente intensidad a cada paciente. De este modo puede provocar sólo molestias ocasionales como en el asma intermitente leve, o el inducido por el ejercicio, mientras que en otros casos puede convertirse en un problema grave, e incluso progresivo, con descompensaciones bruscas y/o frecuentes, por crisis de broncoespasmo que comprometen la respiración. Esto puede reducir la llegada del oxígeno por la sangre que necesitan nuestras células para funcionar. Hay que saber actuar para prevenir y tratar a tiempo las crisis asmáticas», afirma la Doctora. 

Por otra parte, cada vez hay más pacientes diagnosticados de asma. Se cree que puede estar asociado a la mayor contaminación ambiental, al cambio climático que produce un aumento de las temporadas de polinización, y a hábitos de higiene y alimentarios, estrés y forma de vida. Y, aunque no siempre, en muchos casos se detecta en la infancia y suele tener una predisposición familiar. 

Causas predisponentes del asma 

La causa del asma más habitual y conocida es la alergia (o inflamación alérgica) y se suele manifestar ya en la infancia. En estos casos también suele haber antecedentes de alergia (ronchas en la piel, asma o rinitis) en la familia. Agentes como polen, epitelios de animales, ácaros del polvo, mohos de humedales, o exposiciones laborales o ambientales, pueden provocar crisis de asma. 

De todos modos, «también es posible que la enfermedad aparezca en la edad adulta» - confirma la Dra. Makrantoni. En estos casos, el asma puede aparecer tras infecciones, exposiciones laborales o estrés, y puede complicarse por otras patologías asociadas, como pólipos nasales, rinusinusitis, alteraciones hormonales, reflujo, obesidad o apnea del sueño. Y debe diferenciarse de otras enfermedades pulmonares (como por ejemplo las bronquiectasias) o cardíacas con síntomas similares. 

La Dra. Georgia Makrantoni, neumóloga del Hospital de Llevant. Hospital de Llevant

Síntomas del asma 

Los síntomas del asma más frecuentes son la dificultad para respirar o falta de aire, tos, normalmente seca y muy persistente, sin motivo aparente, causada por espasmos bronquiales, silbidos y/o sensación de congestión en el pecho al respirar, y ocasionalmente de mucosidad, así como catarros que cuestan de resolverse. Suelen tener predominio en ciertas estaciones del año (generalmente invierno y primavera) y horas del día (normalmente por la noche y la mañana), o tener relación con factores desencadenantes concretos. 

Una crisis asmática puede venir provocada por una exposición a un alérgeno. « Por ejemplo, los ácaros o este año, el exceso de polen», por un esfuerzo físico prolongado, por un entorno frío y húmedo, por estrés emocional o si se padece otra enfermedad común de las vías respiratorias, en el caso de los niños. 

Convivir con la enfermedad 

El asma, hoy en día, es una enfermedad crónica de predisposición genética, que aunque no tiene cura, sí puede y debe controlarse adecuadamente, y dispone de tratamientos muy eficaces para ello que pueden evitar agudizaciones, secuelas futuras y progresión. «Es fundamental que el tratamiento farmacológico se haga de forma correcta, con estricta cumplimentación y bajo la adecuada supervisión por el neumólogo de los cambios del mismo y de la correcta técnica inhalatoria. Además insistirá en las pautas de actuación para la prevención de agudizaciones, en la detección y el control de los posibles factores predisponentes o desencadenantes (incluido también el tabaco), la valoración de subtipos clínicos de la enfermedad, control de enfermedades asociadas que precisen de tratamiento específico, y la monitorización de la evolución clínica, inflamométrica y funcional de la patología. 

Es fundamental que los pacientes entiendan las características de su enfermedad, siendo los protagonistas activos y responsables de su control. Para ello necesitan una buena educación sobre el manejo del asma, que garantice la cumplimentación y correcta administración del tratamiento, anticipando las situaciones, y pudiendo acudir a tiempo para la atención médica cuando lo precise. Este conocimiento permite también a los pacientes prevenir y optar por hábitos de vida saludables que mejoren la enfermedad, manteniendo la actividad física, practicando deporte, comiendo sano, controlando el estrés y las técnicas de respiración, recibiendo las vacunaciones oportunas, dejando de fumar, y evitando otros hábitos tóxicos, y otras exposiciones ambientales de riesgo... », asegura la neumóloga. 

Seguir las recomendaciones médicas y realizarse controles periódicos es básico para no mermar la calidad de vida de una persona asmática. «El asma no impide llevar una vida normal si se aprende a convivir con él», concluye la Doctora.