El pasado julio Facebook e Instagram comunicaron que sólo permitirían a los anunciantes utilizar la edad, el sexo y la ubicación para dirigir publicidad a sus usuarios menores de 18 años. Sin embargo, una investigación publicada este martes desvela que el gigante de las redes sociales sigue rastreando a los adolescentes.

Con lo anunciado este verano, la plataforma parecía limitar el alcance de la “publicidad de vigilancia” sobre los adolescentes, una larga reivindicación de distintas organizaciones que denunciaban la exposición de los menores a la toxicidad de la red social. El estudio, elaborado por las oenegés Fairplay, Global Action y Reset Australia, apunta que tanto Facebook como Instagram siguen rastreándolos. En una carta abierta a Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Meta –nuevo nombre de la empresa matriz—, 44 grupos activistas han denunciado que se “sigue utilizando la gran cantidad de datos que recopila sobre los niños para determinar cuales tienen más probabilidades de ser vulnerables a un determinado anuncio”.

Aunque las empresas que recurren a ambas plataformas para publicitarse están más limitadas que antes, Facebook e Instagram siguen usando todos esos datos de los menores para alimentar su algoritmo, un sistema de Inteligencia Artificial (IA) que se sirve de esa información personal para elaborar perfiles de sus usuarios, predecir su comportamiento y modificarlo. “Pueden recopilar datos de otras pestañas del navegador y de las páginas que abren los niños y cosechar información como los botones en los que hacen clic, los términos que buscan o los productos que compran”, explica.

Publicidad y toxicidad

El imperio Facebook se sustenta en la publicidad, que supone hasta un 85% de sus ingresos (unos 84.200 millones de dólares en 2020). Ese negocio funciona a través de la ingente cantidad de datos que recopila de sus usuarios. Así, los anunciantes pagan para poder mandar publicidad personalizada a potenciales clientes o votantes con una precisión que no había existido nunca antes. Pero ese jugoso negocio crece a costa de la privacidad y supone un peligro para la autonomía de las personas, como han denunciado múltiples expertos.

Esta investigación llega dos meses después que documentos internos filtrados por la ingeniera Frances Haugen destapasen que, especialmente Instagram, alienta la inseguridad de las jóvenes con sus cuerpos, amplifica contenidos de trastornos alimentarios como la bulimia y acentúa la ansiedad y la depresión de las adolescentes. Facebook lo sabía y aún así no respondió al enorme problema.