La depresión es un trastorno del estado anímico que se asocia a los adultos pero los niños y adolescentes también la padecen y en muchas ocasiones sin que ellos ni su entorno se den cuenta de la situación. Irritabilidad, la conducta agresiva o la tristeza son algunas de sus manifestaciones.

Expertas consultadas por Efe analizan este trastorno en los menores de 18 años, que se produce con mayor frecuencia durante los años de la adolescencia, pero que incluso lo pueden sufrir los neonatos, si bien estos casos son "muy anecdóticos".

La coordinadora de la Unidad de Trastornos Afectivos y Conductas Suicidas de Niños y Adolescentes del Hospital Sant Joan de Deu, de Barcelona, María Dolores Picouto, explica que los bebés pueden sufrir episodios depresivos sobre todo por carencia de afecto.

"A esos bebés se les ha desatendido hasta el punto de que dejan de llorar para demandar atención porque saben que no la van a encontrar. Puede tener consecuencias horribles pero insisto en que son casos puntuales", subraya.

En los niños más mayores que aún no han llegado a la pubertad la depresión afecta a entre un 2 % y un 4 %, cifras que aumentan de forma significativa en la adolescencia hasta alcanzar el 10 %, tal y como asegura Picouto.

Este porcentaje sigue creciendo, sobrepasando el 15 %, si se tiene en cuenta aquellos casos de adolescentes que no cumplen con todos los síntomas de una depresión clínica pero sí con muchos de ellos y que, por lo tanto, se ve afectado su día a día.

"Al llegar a los 18 años, entre un 20 % y un 25 % de la población habrá padecido un episodio depresivo, del que solamente se habrá diagnosticado un 25 %", afirma Picouto, quien comenta que estos datos son de un estudio epidemiológico estadounidense que se pueden extrapolar a España.

El origen de la depresión en menores es multifactorial, según apunta. Hay una predisposición genética, que se considera como uno de los factores de riesgo pero hay otros como el entorno familiar y social.

"Es un conjunto. Los factores de riesgo lo que hacen es aumentar la probabilidad de que un menor sufra depresión, pero puede haber niños con muchísimos factores de riesgo y no sufrirla", subraya la experta.

En el caso de la predisposición genética añade que si un menor tiene un padre o una madre con depresión el riesgo de que padezca un episodio depresivo en la infancia aumenta de dos a cuatro veces e incluso puede que sea "más rebelde" al tratamiento.

Por su parte, la investigadora y profesora del Kings College de Londres Regina Sala sostiene que teniendo en cuenta la falta de madurez emocional, los niños tienen más dificultades para expresarse y para el clínico a veces es complicado hacer una buena entrevista para poder realizar el diagnóstico.

En el caso de los niños pequeños que tienen episodios depresivos, los síntomas son variados. Suelen quejarse de molestias físicas imprecisas, tienen triste expresión facial, escasa comunicación, ánimo irritable, conducta agresiva, entre otros comportamientos que enumera Sala.

"Tienen un sentimiento de culpa excesivo, inapropiado, no disfrutan del juego y también pueden tener pensamientos destructivos", prosigue la experta.

Estos síntomas tienen que ser continuados como mínimo durante dos semanas para que exista un cuadro clínico depresivo, coinciden Sala y Picouto, quienes la pasada semana han participado en las X Jornadas Científicas de la Fundación Alicia Koplowitz, donde se han dado cita más de 700 expertos para abordar las intervenciones terapéuticas basadas en la evidencia disponibles para los distintos trastornos mentales del niño.

La conducta de los adolescentes deprimidos comienza a parecerse a la de los adultos. Suelen tener trastornos de conducta como por ejemplo el abandono del aseo personal, bajo rendimiento académico, pueden consumir sustancias, tienen sentimiento de inferioridad y pierden el interés por las cosas.

En ambos casos, tanto en niños como adolescentes, puede darse el caso de que comiencen a autolesionarse.

Según apunta Picouto, la depresión puede aumentar hasta en 20 veces el riesgo de suicidio de adolescentes.

Por todo ello, Sala hace hincapié en la importancia del diagnóstico precoz y el tratamiento continuado. "Cuando hablo de tratamiento no me refiero solamente a la medicación, ni muchísimo menos, es principalmente psicoterapéutico, como primera opción y en caso de que no funcione, plantearse un tratamiento psicofarmacológico", indica.