Sus colecciones juveniles, ligeras y de tendencia, se ganaron a la joven aristocracia francesa y aunque nunca entró en el podio de las principales casas de moda, la diseñadora Nina Ricci, de cuya muerte se cumplen este domingo 50 años, supo hacerse un hueco entre los grandes al reflejar el aire de su tiempo.

Maria Adelaide Giuseppa Nielli nació en Turín en 1883 aunque pronto asumió el apodo cariñoso con el que la llamaba su familia: Nina.

Llegó a Francia de pequeña y se inició en los mejores talleres de moda de la capital con tan solo catorce años, trabajando como aprendiz. Su matrimonio con el joyero italiano Luis Ricci, con 18 años, le dio el apellido con el que se hizo famosa, aunque la joven diseñadora se quedó viuda con apenas 27.

Como solía suceder a principios del siglo XX, Ricci vendía sus patrones a otras casas de moda y a clientes extranjeros que los confeccionaban en sus respectivos países, pero fue gracias a su hijo, Robert, cuando la marca tuvo un impulso que la aupó a la primera línea de la capital.

Pese a no estar nunca al nivel de otras tan reputadas como Lanvin o Chanel, económicamente fue una de las casas más exitosas de París. La diferenciaba su público y un gusto que no iba tanto por la creación de tendencias como por saber reflejar la moda de su tiempo en el punto preciso.

"Nina Ricci hizo una auténtica aportación al panorama de la costura parisina. Si bien no era una casa vanguardista, pues no dictaba la moda, la interpretó muy bien, con esa ligereza y ambición de gustar a las chicas jóvenes, que era una idea omnipresente en ella", dice a EFE el responsable de archivo de alta costura del Museo de la Moda de París, Alexandre Samson.

No creó nunca prendas tan reconocibles y fácilmente asociadas a la marca como su competencia, pero logró triunfar con una idea de la moda femenina y ligera.

"Sabía que las clientas no querían ser vestidas de forma extravagante. En su herencia hay mucho estampado floreado, que aparece en todas las décadas, y prendas muy fluidas sobre el cuerpo", dice Samson.

Clientas como la condesa Jacqueline de Ribes, reconocida filántropa y productora, cuyo carácter dinámico y elegante coordinaba bien con el estilo de la italiana.

Perfume de éxito

Con su hijo al frente de la marca, la empresa pasó en los años 30 de tener 40 empleados a 450 y presumía de vestir a más mujeres que cualquier otra firma.

Robert Ricci se adaptó a las técnicas de mercado y ventas de la época y la casa se orientó hacia la alta costura. Tras la Segunda Guerra Mundial, con la apuesta por los perfumes, siguiendo la estela del éxito del famoso Número 5 de Chanel, la marca vivió una segunda vida con su internacionalización.

En los años 50, Nina Ricci decidió retirarse y convirtió a su asistente, Jules-François Crahay, en su sucesor. El trabajo del belga fue un éxito y confirmó el triunfo global de la firma, atrayendo por primera vez al prestigioso medio Women's Wear Daily (WWD) a uno de sus desfiles, como recoge la web Business of Fashion.

"François tiene el éxito en sus manos, y ese traje Crocus va a ser copiado en todas partes", escribió, con acierto, el periodista en WWD. Poco después, el diseñador creó la línea 'Mademoiselle Ricci' que sirvió de aperitivo a la llegada a la industria del prêt-à-porter.

Ricci murió en París en 1970 y su hijo lo hizo 18 años después. En 1998, la marca pasó a manos del grupo español de moda y perfumes Puig, que aún comercializa sus perfumes, reflejo de las ideas del modesto imperio Ricci.

"No sorprende que su perfume se llame 'El aire de Nina Ricci', porque la marca siempre sabía captar ese aire del momento, con un tono alegre y ligero. La fuerza del perfume es recordar a diario al creador, así entra en tu cerebro en la vida cotidiana", dice Samson.

Hoy, Ricci está en manos de los dos jóvenes talentos Rushemy Botter y Lisi Herrebrugh, y sus últimos antecesores muestran que la firma quiere dejar su timón en quien sea capaz de revisar su herencia ofreciendo su propia visión del patrimonio de Ricci, a veces sorprendente y arriesgada.