En un segundo plano de la intensa campaña electoral de los candidatos a presidente de Estados Unidos se libra otra batalla, metafóricamente hablando, por supuesto, entre las aspirantes a primera dama del país. No hay mitin, visita, fiesta, acto protocolario o actividad pública, y casi hasta privada, en la que no se observe, con lupa, y se analice, con todo tipo de comentarios, el atuendo de Michelle Obama y Ann Romney, respectivas esposas del actual presidente y del hombre que pretende arrebatarle el puesto.

En la pugna sobre cuál es la más elegante y quién la que mejor partido saca de su físico, Obama es la vencedora indudable, si se atiende a la opinión de cuatro diseñadores de moda españoles (Lydia Delgado, Roberto Verino, Roser Marcé y Teresa Helbig) consultados, y a los innumerables blogs y foros que tratan el tema en todo el mundo, incluido el denominado Mrs. O (de Obama), que trata íntegramente sobre la ropa que lleva la primera dama. Las marcas que usan, si son estadounidenses o no, lo que gastan, si repiten modelito... se han convertido casi en cuestión de Estado y provocan tanto flujo de información como los debates que enfrentan a sus respectivos maridos.

Como ejemplo, el vestido estampado con que apareció Michelle Obama en su discurso en la convención demócrata del pasado 4 de septiembre (en la apertura de este reportaje) levantó 28.000 tuits por minuto durante la casi media hora que costó averiguar de qué firma era; también su nuevo peinado, y hasta su manicura, fueron objeto de interés en la red. Esto es algo que a Teresa Helbig (premio Telva de este año al mejor diseñador español) le resulta inapropiado. "No me gusta, y seguiría sin gustarme aunque se tratara de mi ropa -dice-, porque no habría que mezclar la moda con la política", añade. Y algo parecido opina Roser Marcé, que observa con la atención propia de su profesión a ambas mujeres. "Lo que cuenta es que su imagen sea la adecuada para el papel que representan y no quién ha diseñado sus modelos".

Cierto que, por su forma de vestir, más cosmopolita y europea, opinan algunos, suelen ser más reconocibles las marcas que usa Obama que las de Romney, más convencionales y anónimas. Las beneficiadas son al final las firmas de ropa. Ya han podido comprobar repetidamente cómo se venden, en cuestión de horas, los modelos que han lucido las esposas de los políticos en actos públicos. Sobre todo, cuando se trata de prendas que, como en el caso de la actual primera dama, se pueden encontrar en tiendas de nivel medio, como Preen, J. Crew, en las que un vestido puede costar alrededor de 400 dólares, e incluso en grandes cadenas low cost, como H&M, al alcance de muchos bolsillos. Tampoco hace ascos a llevar ropa de otras temporadas. Aunque su tienda de referencia, cuando la situación requiere algo especial, es la de Ikram Goldman en Chicago, donde se puede encontrar lo último de los más reconocidos diseñadores internacionales, Jean Paul Gaultier, Alexander McQueen, Isabel Toledo, Narciso Rodríguez.

El vestido de este, en rojo y negro, que lució la noche en que su marido fue proclamado presidente hace cuatro años, y el de Isabel Toledo que se puso en la toma de posesión unas semanas más tarde ya marcaron cómo iba a ser la recién estrenada primera dama en cuestión de estilo. Y cuántas discusiones provocaría su vestuario.

Con su osada elección, la primera dama suscitaba las primeras polémicas. Habría otras, como la de la chaqueta bordada, diseño de J. Mendel, que se puso este verano para una recepción en el palacio de Buckingham previa a la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Londres, por su elevado precio, 6.800 dólares (5.545 euros). Sea cual sea el caso, recibe críticas y halagos al cincuenta por ciento.

La aspirante no despierta todavía tanto interés, porque su carrera es más corta, pero ya ha visto cómo se agotaba en las tiendas una blusa de seda con un espectacular estampado de un pez dorado, de Reed Krakoff, que llevó a un programa de televisión matinal el pasado mes de mayo y que costaba la nada despreciable cifra de casi mil dólares. Pero no fue el precio lo único que disparó los tuits y comentarios en las redes y los medios de comunicación. Llamó más la atención que la republicana, hasta entonces muy moderada y convencional, se atreviera con un estampado tan vistoso y colorista. Nada raro, porque en Estados Unidos se ha llegado a polemizar incluso, en diarios y medios de referencia, sobre el hecho de que Michelle Obama aparezca a menudo con prendas sin mangas. Algo que nunca podrán recriminarle a la aspirante, que, algo mayor de edad, cumple a rajatabla la premisa de no mostrar los brazos. Encendía la discusión el pasado septiembre la comentarista del The New York Times Joyce Purnick en su artículo Nos sentimos mal con nuestros brazos: "No todas las mujeres han sido bendecidas con la disciplina deportiva ni la genética de la primera dama", decía. Lo que confirma que son muchas las mujeres que se miran en Michelle Obama, como lo hicieron en Jackie Kennedy.

Para Teresa Helbig, Obama y Romney "visten de forma muy adecuada a la opción política que representan sus respectivos maridos". Considera que las dos son elegantes a su manera, si bien prefiere "la naturalidad de la actual primera dama, que logra estar bien incluso cuando se pasa con los estampados o las mezclas de colores", explica. Romney le resulta "demasiado encorsetada, se nota que detrás tiene un equipo de imagen".

No opina lo mismo Roberto Verino: "Ambas me parecen dignas representantes de ese estilo urbano que caracteriza la alta política americana. La habilidad de Michelle radica en que siendo una mujer muy alta y muy grande, siempre parece ligera, atlética y proporcionada.

La de Ann es que introduce una ligera relajación en el uniforme que su clase social parece imponerle". Y prosigue el diseñador gallego apuntando: "En una especie de juego psicoanalítico, Michelle sería una cantante de jazz y Ann una secretaria de alta dirección: una mira de reojo a una estrella de la música, y la otra, a una diplomática de carrera". A Lydia Delgado le fascina la expresividad de la demócrata. "Le queda bien todo lo que se pone, por atrevido que sea, y siempre te sorprende. Tiene la elegancia natural que caracteriza a las mujeres de su etnia".

La diseñadora Roser Marcé cree que la imagen de la demócrata es mucho más coherente que la de la aspirante republicana. "Tiene un punto juvenil - que igual no sería el más apropiado a su edad, pero que lleva con mucha gracia -. Eso indica una gran seguridad en sí misma y una falta de complejos que puede ser un ejemplo para mujeres de muchos tipos, edades y condiciones sociales, algo que se corresponde con una filosofía demócrata". Por el contrario, ve a Ann Romney como "una típica ama de casa americana de clase alta que sólo puede satisfacer a las señoras del Tea Party afines a su forma de vida e ideología y, por lo tanto, difícilmente se verán representadas por ella el resto de las mujeres".

También hay otro aspecto que tener en cuenta, y es que, mientras la señora Obama responde al perfil de una profesional moderna, con múltiples intereses, entre los que se encuentra la moda, el perfil de Romney es el de la esposa y madre abnegada que antepone el cuidado de la familia y el apoyo a los intereses políticos de su marido a todo lo demás. Y el vestir no forma parte - sobre el papel - de sus prioridades.

Si tuvieran la posibilidad de cambiarles algo, Roser Marcé aconsejaría a Michelle Obama que se abstuviera de usar faldas con vuelo; mientras que pediría a la republicana "que se cambiaría ese peinado de Barbie americana tan fuera de tiempo", afirma la creadora barcelonesa. Teresa Helbig, cree que esta ganaría "si mostrara menos rigidez en su vestuario, y Obama haría bien en controlar los excesos y las combinaciones de colorido". Roberto Verino les cambiaría los papeles. "Vestiría a Ann un poco más moderna, y a Michelle, algo más clásica".