Presidente del gobierno, presidentes autonómicos, alcaldes, curas, obispos y hasta al mismísimo Papa. Sólo quería deciros una cosa. Sinceramente, me habéis fallado.

Veréis, empezaré por presentarme. Soy el típico perro español. Sí, igual que en otros países tienen al bulldog inglés o francés, al crestado japonés o, simplemente, al pastor alemán, yo represento el más claro ejemplo y ejemplar del perro típico español, es decir, del perro abandonado.

Nuestra estirpe la forman un conjunto infinito de razas de las que, sin parecernos a ninguna, con todas guardamos semejanza. Unos somos grandes, otros pequeños, los hay con pelo y sin pelo e, incluso, con raza y sin raza. En realidad, a nosotros no nos marca el aspecto sino la soledad.

En mi caso, vivo en un albergue junto a otros perros. A unos los trajeron hasta aquí y, a otros como yo, ni siquiera se molestaron en venir. Con una cuneta fue bastante. En fin.

Aquí nos cuidan y nos protegen. No estamos mal pero tampoco bien. Somos animales de hogar y no de jaula. Por eso, no me explico como pasan los meses y nadie se fija en nosotros. Todos los que vienen quieren cachorros pero los que ya somos adultos también reclamamos nuestro derecho a una adopción y ese es, realmente, el motivo de esta carta.

A unos se la dirijo para que, desde su mágico reinado, además de animales, regalen responsabilidad. A otros, políticos de todos los niveles, para que impulsen normativas que, de verdad, acaben con esta lacra. Está muy bien participar en eventos y hacerse fotos por la causa pero, mejor aún, es tomar medidas que solucionen el problema y, ya de paso, aplicarlas. Por cierto que, seguramente, les habrá sorprendido comprobar que, en el encabezamiento, nombro también a algunos religiosos y padres espirituales del mundo cristiano que, al fin y al cabo, es el más cercano. A ellos quiero pedirles dos cosas. Una, que recen por nosotros. Nunca está de más. Y, la otra, que, abandonar a un animal, sea considerado pecado mortal. Supongo que, por un lado, a los creyentes les hará reflexionar y, por otro, es lo mínimo para el que abandona a su mejor amigo ¿no creen?

Así que, ya ven, no pido cosas complicadas, en realidad, son sólo de justicia humana y, bueno, quizás en esta ocasión, también divina.