Cuando no hay lomo de todo como. Eso es lo que deben pensar algunas personas que, durante los últimos meses están dedicándose a robar animales de varios zoos venezolanos, por cierto bastante famélicos y delgados por el hambre que pasan, para el consumo humano.

En realidad, no es la primera vez que eso ocurre. Ya durante la guerra franco prusiana, a finales del siglo IXX, los parisinos, tras haberse comido más de 100.000 caballos, hambrientos y desesperados, pusieron sus ojos en los animales del zoo. Los primeros en caer fueron jirafas, búfalos y elefantes que, sacrificados y vendidos para el consumo humano, pasaron a formar parte de los menús de algunos restaurantes franceses.

La primera guerra mundial también tiró de la vida de los animales de los zoos a la hora de la comida. Sin embargo, en su caso fueron más allá y los usaron, sobre todo, para realizar trabajos duros. Así, la fuerza de los elefantes fue una gran aliada a la hora de arrastrar pesadas cargas.

Años más tarde en nuestro país, cuando los suministros comenzaron a escasear durante la guerra civil, ocurrió exactamente lo mismo. Mientras aquí, perros, burros y caballos fueron más respetados, sin embargo, un buen número de pájaros, gatos y ratas acabaron en la cazuela. Pero, no fueron los únicos. En Madrid, el gran objetivo fue la conocida como la "Casa de las Fieras". Cuentan que, durante aquellos días de hambruna, las ollas de las familias más acomodadas de la capital se llenaron de guisos de gacelas africanas, cocidos hechos con pavos blancos -uno de los animales más singulares y llamativos de aquel zoo- y chuletones de oso pardo.

Pero no crean que todo esto es cosa del pasado. Durante la guerra de Afganistán, por ejemplo, los ciervos del zoológico fueron exterminados y devorados por los propios combatientes. La misma suerte corrieron hace unos pocos años pero, esta vez en forma de sartén y plancha, los peces que habitaban el acuario de Kabul. Por cierto, exactamente igual que en Siria, donde los leones han pasado directamente de vivir en el zoo a morir en las despensas de sus habitantes.

Seguramente, esa lucha titánica por la supervivencia nos recuerda que los humanos también somos animales. Por eso, pensando en todas estas guerras y, pese a todas las infinitas distancias que para cada uno puedan existir entre la vida de una persona y la de un animal, duele tanto imaginarse lo que está ocurriendo en Venezuela. No es fácil entender que, en pleno siglo XXI, sus zoológicos estén siendo asaltados por pura hambre. Supongo que, al fin y al cabo, ese es actualmente el precio de la vida allí, es decir, ninguno.