Recientemente se ha comprobado que humanos y perros compartimos una serie de genes que facilitan nuestra buena relación. El descubrimiento realizado por una universidad sueca, en realidad, no aporta nada que no supiéramos ya pero, sí explica científicamente, nuestra infinita amistad.

Por eso, quizás, la psicología de los perros se ha desarrollado a lo largo de la evolución en un doble sentido: por un lado, como en el resto de animales, en comunicarse y relacionarse con los de su propia especie pero, por otro, también en entender a los humanos.

Así, por ejemplo, si a un perro le indicamos con nuestra mano algún objeto, él inmediatamente sabrá lo que le estamos pidiendo. Igualmente ocurrirá cuando le demos una orden sencilla. No necesitará de una preparación previa para entendernos, ni tampoco para saber lo que esperamos de él.

La razón, en parte, habría que buscarla en esos genes compartidos, sin duda, pero, también, en lo que se conoce como periodo de socialización del cachorro. Normalmente éste transcurre entre las 3 y 12 semanas de su vida y se trata del tiempo que éste dedica a aprender a ser mayor. En realidad, todas las especies lo tienen y, resulta imprescindible, para comenzar a relacionarse con el mundo exterior. Pero, precisamente, esa es la clave porque, al fin y al cabo ¿quién es, de verdad, hoy en día, el protagonista principal del mundo exterior perruno? Pues, evidentemente, nosotros.

¿Y qué ocurre con los gatos? Pues resulta que, en el caso de los felino, este periodo de socialización se alarga desde las dos semanas hasta las nueve de vida. Sin embargo, en su caso, quizás por su carácter más libre, independiente y mucho menos social, a lo más que podremos aspirar los humanos es a caerles bien. Por eso, si durante esas primeras semanas les mimamos, les hablamos suavemente y, siempre con cariño, podremos llegar a formar parte de sus majestuosas vidas. Pero, por supuesto, no como jefes, sino como iguales, como buenos compañeros y mejores amigos, eso sí, siempre y cuando, no lo olviden, ellos quieran. Y es que, en definitiva, mientras los perros nos admiran; los gatos, con cariño, simplemente nos miran.