El "Síndrome de París" es una crisis nerviosa, o un desasosiego por decepción, que sufren los turistas japoneses al llegar a la capital de Francia. Sucede que lo que se encuentran en la ciudad no coincide con la imagen que traían de su país, muy mediatizada por las fotografías y por esa costumbre tan japonesa de retratarlo todo, y al comparar se desilusionan hasta el trastorno.

Marino Pérez, catedrático de Psicología en la Universidad de Oviedo, ha recordado ese desorden mental del turista desencantado al comparar la vieja y la nueva imagen de Uma Thurman, la de antes y la de después del bisturí. Viene a decir el psicólogo que la actriz ante el espejo es algo así como un japonés desconcertado en París, que en su decisión de cambiarse de cara en el quirófano a los 44 años subyace un fenómeno de nuestro tiempo que no sufre solamente la protagonista de "Pulp fiction" y "Kill Bill" ni todas las muchas celebridades que han hecho lo mismo antes que ella.

Sostiene que en este mundo "japonesizado" e idealizado, permanentemente fotografiado y retocado, la representación restaurada de lo real acostumbra a suplantar el contacto con la realidad misma. Y como eso abarca el culto al "selfie" y engloba a "uno mismo y a su propio envejecimiento, uno se ve en el espejo sin retoques y se decepciona igual que un japonés en París".

Por eso el auge de la cirugía y la restauración quirúrgica completa. Por eso los miles de imágenes dobles que asaltan los buscadores de internet cada vez que se escriben las palabras "antes y después cirugía famosos" y los miles de chistes del tipo de los que se hicieron con sus antecesoras: "Renée Zellweger ha ingresado en el programa de protección de testigos".

De ahí, a juicio del psicólogo, esta moda que no es sólo para celebridades, que traspasada al anonimato alumbra fenómenos como el "turismo de bisturí". Visto desde ese punto de vista, concluye el profesor, todo esto sería "psicoterapia con bisturí". Problemas personales tratados en algún caso con las herramientas equivocadas.

La perspectiva cambia si el que habla es un cirujano estético. El doctor Francisco Menéndez-Graíño parte de que en la cara de Uma Thurman tal vez "no hacía falta tanto". Aventura que "algún pequeño retoque habría sido suficiente" y puede entender todo esto como fruto de la enorme tiranía del escrutinio público situado permanentemente encima de una actriz de éxito que necesita seguir trabajando, pero tampoco se le escapa la posible concurrencia peligrosa de un caso de "dismorfofobia".

Eso es el desorden mental de la gente guapa que no se ve atractiva y en la consulta, afirma, estos casos u otros similares "son los peores". Se complican, concreta, porque se trata de pacientes que "en principio es mejor no operar", casos extremos en los que se hace realidad una máxima en la que confluyen todos los médicos consultados. "La última palabra la tiene el cirujano". "Nosotros trabajamos en el quirófano", sigue Menéndez-Graíño, "no somos psicólogos, pero tenemos que entender al paciente, saber lo que quiere y lo que pide".

Y asesorar. "Orientar muy bien al paciente", enlaza su colega Clara Martín. A su escala asturiana no son demasiado frecuentes, precisa, ni cambios radicales como el de Uma Thurman ni trastornos como el que se ha atribuido a la actriz. Pero en todo caso "es importante", a su juicio, "que el médico vea si realmente el paciente tiene una motivación o hay una patología de fondo.

Si es éste el caso, hay que saber que nunca va a estar contento, que aunque lo transformes nunca estará conforme con su imagen, que en ese punto le toca al médico emplear sus armas de sentido común e intuición. Hay preguntas clave para intentar reconocer esos casos, para saber si de verdad hay algo que necesita una corrección o lo que le pasa es que la persona se ve de una forma que no es del todo real".

Emerge ahí un punto de psicología en medio de la técnica quirúrgica de la cirugía estética. "Te intentas adaptar a los gustos del paciente", asume Martín, "pero siempre que los veas objetivos y realistas y aprecies que tiene un problema real, una necesidad que de verdad existe".

Esta cirugía, le acompaña Sergio Fernández Cossío, es en algún sentido cosa de dos. "Intervienen dos personas, cirujano y paciente tienen una coparticipación y el médico no está sólo para operar, también debe asesorar. Si el paciente pide algo que uno considera que no le va a favorecer, lo mejor es abstenerse. El criterio estético del cirujano es fundamental, igual que saber aconsejar cuándo es mejor no hacer nada", o saber escuchar y desentrañar las motivaciones auténticas del cliente.

Sin querer meter a fondo el bisturí en las fotografías del antes y el después de Uma Thurman, Fernández Cossío recibe en la consulta "con relativa frecuencia a pacientes a los que les tienes que decir que lo que buscan no les conviene, que no les va a favorecer, o que no se arregla con la cirugía. Cuando ves que con la operación no vas a cumplir las expectativas del paciente, lo mejor es no operar", concluye.