Toma su nombre del aviador que en 1913 logró convertirse en el primer hombre en atravesar el Mediterráneo a bordo de un aeroplano, reparte 25 millones de euros en premios, recibe a más de 430.000 personas en dos semanas, gasta 60.000 bolas, encorda cerca de 4.000 raquetas y distribuye una tonelada de plátanos.

Roland Garros no disfruta del pedigrí de Wimbledon, decano de los Grand Slam, ni sus instalaciones son -todavía- tan modernas como las del Abierto de Estados Unidos o Australia. Habrá que esperar a 2016 para una esperada renovación y ampliación del complejo.

Y, sin embargo, el torneo de tenis que se celebra cada año entre mayo y junio está considerado como el segundo Grand Slam más importante del circuito, un circo deportivo y mediático que convierte a la capital francesa en una cita obligatoria para el deporte, pero también para un maremágnum de eventos sociales que gravitan alrededor de las pistas.

Además del único "grande" que se disputa en tierra batida y el escenario que ha dado la gloria a raquetas como las de Björn Borg, Guillermo Vilas o Rafael Nadal, el torneo de Roland Garros es un complejo deportivo centenario de 8,5 hectáreas de superficie donde confluyen la élite del tenis, miles de aficionados y centenares de rostros ilustres y pudientes.

Muchos de ellos son celebridades ligadas al mundo del deporte, como el presidente del París Saint-Germain (PSG), Nasser Al-Jelaifi, el del Real Madrid, Florentino Pérez, el exseleccionador nacional francés Raymond Domenech o el delantero del Juventus Fernando Llorente, que ya han visitado el Bosque de Bolonia en la presente edición del torneo.

Otros de los que se han dejado caer por las pistas parisinas en los últimos años son el pívot de Los Ángeles Lakers Pau Gasol, íntimo de Nadal, los exfutbolistas Patrick Kluivert o Christian Karembeu, el cantante Alain Souchon, los oscarizados Morgan Freeman y Forest Whitaker o el hombre más rápido de la Tierra: Usain Bolt.

Y casi nunca faltan algunos de las mayores fortunas de Francia, como el incondicional Arnaud Lagardère o el actor legendario Jean Paul Belmondo.

Es la cara más glamurosa de un evento deportivo cuyos organizadores esperan que genere este año un volumen de negocios superior a los 180 millones de euros (unos 245 millones de dólares), de los que solo el 15 por ciento proviene de la venta de entradas.

El grueso de los ingresos proviene de patrocinios, operaciones de relaciones públicas anexas y derechos de retransmisión, cifras confidenciales que los organizadores del torneo protegen con celo.

Parte de ese mundo paralelo al tenis se desarrolla en paseos aledaños y carpas exclusivas dentro del recinto deportivo, donde marcas deportivas como Lacoste, de coches como Peugeot, de relojes como Longines, tecnológicas como Panasonic o de dinero plástico como Mastercard invitan y agasajan a estrellas, grandes ejecutivos y acompañantes.

Se llama el "Village" y cuelga el cartel de completo rápidamente. Por eso, la renovación del complejo prevista para 2016 contempla otorgar mucha más superficie al torneo, en general, y a los rincones más elegantes, en particular.

La tentación de codearse con la "jet-set", adecuadamente ataviada con sombreros de paja y polos claros, es formidable para el común de los aficionados que fluyen en riadas por las avenidas del torneo.

Pero los intentos de infiltrarse no suelen llegar a buen puerto en un torneo regulado al milímetro, donde los más de 1.300 periodistas acreditados, los trabajadores de la competición y los invitados VIP están milimétricamente controlados con credenciales que cuelgan de sus cuellos como cencerros, foto incluida, y que en cada puerta pasan por un escáner de código de barras.

Es el mismo tipo de precisión que permite saber la velocidad de cada saque del torneo -el récord lo firmó el estadounidense Taylor Dent en 2010, con 240 km/h- que transcribe cada palabra pronunciada en sala de prensa o que reconstruye la trayectoria exacta de cada punto que genera dudas.

Por ese tipo de razones, pasar un día en Roland Garros e intentar abarcarlo todo, desde los partidos a las conferencias de prensa o desde los cócteles hasta los conciertos de jazz, es prácticamente imposible.

Solo hay seis privilegiados que pueden presumir de controlar cada rincón de Roland Garros: cuatro halcones y dos cernícalos que cada día al alba -y desde 2012- sobrevuelan el complejo para alejar a las palomas que amenazan con perturbar el desarrollo del mejor tenis del mundo sobre tierra batida.