Cuando Francesco Vezzoli se hizo un Duchamp, es decir, ironizó con el discurso de los anuncios de perfume creando Greed, una fragancia ficticia (igual que el dadaísta hizo con su Eau de Voilette), Miuccia Prada se prestó voluntaria para diseñar el frasco. Era 2009, y la diseñadora milanesa ya era amiga de este artista experto en transgredir a golpe de cultura pop.