Confiesa Santi Moix (Barcelona, 1960) que cuando le llamó el obispo de la Seu D’Urgell, diócesis a la que pertenece la iglesia de Sant Víctor ubicada en el pueblo ilerdense de Saurí (17 habitantes censados), para que interviniese pictóricamente las paredes de un edificio que él conocía de su infancia, su negativa fue educada, pero rotunda. De niño, Moix pasó muchos veranos en el pueblo: su familia, y otras nueve, establecieron una especie de comuna en los setenta. “Era un grupo de barceloneses con una idea de la cultura y del país, de preservar una memoria rural común. Durante años, las dos horas de trayecto entre la ciudad y el pueblo se convirtieron en siete: allá donde hubiera un pueblo y una ermita, mi madre paraba, pedía las llaves y la visitábamos”.