El año 1968 fue convulso no solo en los adoquinados bulevares parisinos, las calles de Atlanta, vestidas de luto, o la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco de la capital mexicana, empapada en sangre de estudiantes veinteañeros. También sacudió al deporte un seísmo que hizo temblar hasta los mismísimos Juegos Olímpicos, en los que el orgullo de los atletas Tommie Smith y John Carlos, puños enguantados en alto, se convertiría en icono. Aquel mismo verano zarpaba de distintos puertos británicos la Sunday Times Golden Globe Race, con el reto de circunnavegar el globo doblando todos los grandes cabos -sin escalas-, a cambio de 5.000 libras para el primero en llegar. "Se trata de algo generacional, forma parte del imaginario colectivo de Inglaterra. Aunque yo era muy pequeño -creo que tenía 8 años-, me recuerdo tumbado en mi cama navegando el mundo y dándome cuenta muy pronto de que aquello no era para mí", cuenta Colin Firth, encargado de meterse en la piel de uno de los protagonistas de aquella gesta, Donald Crowhurst, en Un océano entre nosotros.