Olas enormes han asolado en diferentes ocasiones el archipiélago canario, pero son pocas las personas que se acuerdan de ello. No es de extrañar, pues la última vez que ocurrió fue en 1755, una época en la que la mayoría de los ciudadanos de Canarias “vivía de espaldas al mar”, dado que los continuos ataques piratas obligaban a replegar las viviendas hacia el interior. Ahora, los investigadores estudian este historial de tsunamis para prevenir futuros eventos de este tipo.

Un nuevo estudio de investigación, realizado entre el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), realizado en colaboración con investigadoras de la Universidad de La Laguna (ULL) y el Museo de Ciencias Naturales de Tenerife, muestra que históricamente se tiene constancia de 11 tsunamis en las costas de Canarias.

Es hecho pone de manifiesto la necesidad de evaluar los impactos de este fenómeno, pues el archipiélago canario no está exento de que se reproduzcan. De hecho, hoy podrían generar muchos más daños de los que causaron hace ya más de tres siglos, dado que la costa está fuertemente urbanizada.

Son muy pocos los datos que existen en relación a los tsunamis en Canarias. Sin embargo, este grupo de investigación ha decidido revisar toda la bibliografía disponible de los últimos 2.000 años para discriminar y arrojar luz sobre este raro fenómeno, que en las islas ocurre con muy poca frecuencia.

“Creemos que se podrían generar cada 700 o 3.500 años”, explica Carmen Romero, geógrafa de la Universidad de La Laguna y una de las firmantes del artículo. Sin embargo, con tan solo el registro de once tsunamis en tiempos históricos en el archipiélago, admite que es difícil establecer una previsión temporal.

“Lo interesante es saber que se ha producido y que se puede volver a repetir”, señala Romero, quien insiste en que la probabilidad, en todo caso, “no es alta”. Muchos de los tsunamis más recientes datados en el archipiélago canario no fueron sentidos por la población.

Los de mayor magnitud, como los de 1755 o 1761, no causaron daños graves, porque cuando se produjeron la población vivía principalmente en la zona interior de las islas. Sin embargo, como insisten las investigadoras, actualmente la población isleña se concentra en las zonas costeras, donde además se sitúan los principales núcleos turísticos, por lo que el riesgo en los últimos años ha crecido exponencialmente.

“Es fundamental conocer los riesgos a los que estamos expuestos, sin crear alarma, para poder reducir su impacto”, explica Inés Galindo, jefa de la Unidad de Canarias del IGME-CSIC.

La investigadora lo compara con el gesto de ponerse el cinturón en el coche. “Lo hacemos porque existe la probabilidad de que tengamos un accidente”, señala, y por esta razón insiste en que “en todas las zonas expuestas a tsunamis la población debería saber, por ejemplo, que si el mar se retira de repente podemos estar ante un tsunami y tenemos que dirigirnos hacia una zona elevada”.

Y es que parece que la población no lo tiene tan claro. En los últimos años, cuando ha habido un temporal en el mar y las olas han inundado y causado destrozos en algunas zonas costeras de las islas, como ocurrió en los municipios tinerfeños de Garachico y Tacoronte, “la gente en vez de retirarse, se acerca a verlo”, señala Romero.

Este tipo de comportamientos de riesgo se pueden evitar “con formación e información”, como subraya la geógrafa.

La mayoría de estos tsunamis inventariados han sido causados por terremotos cuyo epicentro estaba muy lejos de las islas, concretamente al suroeste de la península ibérica. “Esto sucede porque en ese punto está justo en el límite de la placa africana y europea”, indica Carmen Romero, por lo que una fuerte sacudida es capaz de elevar el tamaño normal de las olas que llegan a Canarias.

Otros están asociados a deslizamientos o desprendimientos de rocas litorales, como el que se vivió en noviembre del 2020 en La Gomera. “En ese momento se generó una ligera perturbación en la marea, pero sin la magnitud suficiente para generar daños”, matiza la investigadora.

Para Canarias, el peor tsunami fue el de 1755, provocado por el Terremoto de Lisboa, que dañó gravemente las Salinas del Río en Lanzarote, una infraestructura que fue abandonada años después.

“Durante este evento se vieron afectados edificios e infraestructuras en todo el archipiélago y la población se alarmó bastante, porque se produjo el día de Todos Los Santos y muchos pensaron que era un castigo divino”, indica, por su parte, Galindo.

De todas formas, dados los estragos que ese mismo tsunami causó en Lisboa y el sur peninsular, “fue como si en Canarias no hubiera pasado nada”, comenta la investigadora del IGME-CSIC. Algunos de los tsunamis citados en este estudio ya estaban incluidos en los catálogos internacionales, otros estaban en estos listados, pero no se han hallado evidencias de que hayan afectado a algún punto de las islas o algunos de ellos simplemente no se conocían.

Tras la publicación de este estudio, el Gobierno de España hizo público en el Boletín Oficial del Estado la aprobación del Plan Estatal de Protección Civil ante el riesgo de maremotos, donde se establecen los mecanismos de alarma en caso de que se detecte un fenómeno de esta magnitud.

En el mismo se asegura que islas Canarias y la costa occidental de Andalucía son las más expuestas, con olas que podrían superar los ocho metros y que tardarían en llegar, desde su origen en las fallas de Marqués de Pombal y Horseshore, unos 55 minutos.

En este sentido, los datos recopilados por este grupo de investigadoras pueden ayudar a desarrollar y validar modelos numéricos que permitan calcular el tiempo que tarda en llegar un tsunami a la costa desde que se produce el terremoto que lo causa y la altura de ola.

“Para poder reducir el impacto de un riesgo geológico es básico conocer cómo ha sido en el pasado”, insiste Galindo, para concluir que “el pasado es la clave del futuro”.

Estudio de referencia: https://www.mdpi.com/2076-3263/11/5/222

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