El aumento de las temperaturas como consecuencia directa de la emisión de gases de efecto invernadero ha comenzado a tener una incidencia negativa directa en las especies vegetales y ganaderas en España. No se tiene constancia aún de que se haya producido la desaparición de algún cultivo determinado, pero los científicos han comenzado a alertar de la multiplicación de las plagas que castigan a los campos, lo que, por ende, afectará también a los animales.

La agricultura y la ganadería en España dan empleo a un 5% de la población activa. Sin embargo, si se tienen en cuenta también todas las actividades asociadas, la industria agroalimentaria, el transporte y la distribución, contribuyen con un 14,2% al empleo y un 10,6% al PIB.  España es el segundo país de la UE en superficie agraria y ocupa el segundo puesto en términos de producción, con 25.357 millones de euros al año, un 13% de la producción europea.

La agricultura sufre directamente todos los efectos del cambio climático y también los impactos del aumento de la erosión de los suelos, las inundaciones y las sequías, además del incremento de plagas y enfermedades. Temperaturas excesivamente altas durante la época de floración y desarrollo del grano (aproximadamente desde mediados de abril hasta mediados de julio) pueden influir en el rendimiento de los cultivos herbáceos.

Según el informe ‘Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España, 2021’, del Ministerio para la Transición Ecológica, se estima que los días con temperaturas  superiores a los 25° (umbral a partir del cual pueden disminuir los rendimientos) aumentarán durante los próximos 30 años. Esto hará que crezcan las necesidades hídricas de los cultivos lo que, unido a la bajada de precipitaciones, provocará, por ejemplo, que el número de zonas óptimas para los cereales disminuya.

Menos agua, menos producción

En secano, los impactos debidos a temperaturas más cálidas y precipitaciones más escasas dependen del tipo de cultivo. Así, está previsto que en un escenario a corto plazo (2030) sean los cultivos de secano de verano (maíz, remolacha y girasol principalmente) de las regiones del sur europeo los que más sufran los impactos. Por ejemplo, en algunas zonas de Galicia las pérdidas de producción de maíz y remolacha azucarera podrían llegar al 50%.

Los regadíos constituyen un 65% de la demanda total de agua. En las simulaciones en las que el agua no es un factor limitante, la bajada de producción de los principales cultivos de regadío se debería básicamente a las altas temperaturas, y se situaría sobre un 20%, mucho menor que en secano.

Si no hubiera ningún otro factor limitante (agua, nutrientes del suelo, materia orgánica), la mayor concentración de CO2 respecto a los niveles actuales tendría un efecto fertilizante que podría  compensar los otros impactos. Sin embargo, los episodios de sequía sí afectan a la cantidad de agua que reciben los agricultores, la cual puede ser insuficiente para cubrir las demandas de los cultivos, con la consecuente bajada de rendimientos y sus efectos en la rentabilidad.

Durante la segunda mitad del siglo XX ya se detectó una reducción de entre el 10% y el 20% de los recursos hídricos disponibles en muchas cuencas de la península. En algunas de ellas (Duero, Guadalquivir, Guadiana y Júcar) la precipitación media bajó entre un 2% y un 8% en las últimas seis décadas, mientras que en otras, como la del Ebro y las cuencas internas de Cataluña, esta reducción no fue significativa. Se prevé que esta tendencia de disminución del agua disponible continúe a lo largo de este siglo.

Debido a la disminución de las lluvias está previsto que los rendimientos bajen un 3,5% y un 7% para olivares irrigados y de secano, respectivamente, en el periodo 2030-2050 respecto al periodo 1980-2009.

Entre 2080 y 2100 la reducción sería mayor, del 11% y 23%, respectivamente. Esta misma reducción de las lluvias limitará la potencialidad de la instalación de regadíos como medida para hacer frente a los efectos del cambio climático, según el estudio del Ministerio.

Por ello, las comunidades de regantes y los organismos gestores de cuenca deberán capacitarse para poder desarrollar estrategias colectivas de gestión del agua.

Los impactos de este cambio del clima, por ejemplo, en el viñedo, dependen del periodo de crecimiento de la planta. Así, mientras que la subida de la temperatura media en invierno puede resultar beneficiosa por disminuir el riesgo de heladas, en verano, durante la época de maduración, se corre el riesgo de disminución de la calidad (menor acidez, color y taninos) y aumento del grado alcohólico.

Esto es debido a que, con temperaturas elevadas más tempranas, sobre todo con un descenso del diferencial de temperatura día/noche, la pulpa alcanza una elevada concentración de azúcar de manera precipitada, mientras que pieles y semillas maduran más lentamente. Así, si se cosecha la uva en su nivel óptimo de azúcar, puede no tener el aroma ni el color buscado, pero si se espera a la maduración aromática, se corre el riesgo de excesivo grado alcohólico.

La floración se altera

Por otro lado, el avance de las temperaturas primaverales provoca adelantos en la floración en frutales de climas templados, que de media en Europa se está adelantando 2,5 días por década desde los años 70. Sin embargo, en los frutales de hueso cultivados en climas más cálidos, la falta de un número suficiente de horas de frío mientras están en estado latente puede generar la dinámica opuesta, es decir, retrasos en la floración. Además, la floración se muestra irregular y con mayor tendencia a caer.

Muchos de estos frutales (almendros, albaricoqueros, cerezos) tienen flores hermafroditas cuyas partes femenina y masculina maduran a diferentes ritmos. Tradicionalmente, los agricultores han resuelto este desfase combinando filas de distintas variedades, como las de almendras, ayudados por fauna polinizadora.

La tendencia hacia el retraso en la floración y el desacoplamiento de las interacciones planta-insecto ha sido observada durante los últimos 40 años, así que es probable que la actual sincronización para la polinización cambie.

Esto puede provocar reducciones en la producción, pero sobre todo un descuadre en la planificación, que puede hacer que no resulte viable la recogida y la comercialización de la fruta. La consecuencia a escala europea es que habrá más territorios óptimos para el cultivo de la cereza y otros frutales de hueso restringidos por las temperaturas frías y esto supondría la pérdida de la ventaja comparativa de España.

Efectos en la ganadería extensiva

En cuanto a los efectos del cambio climático sobre la ganadería extensiva, la subida de las temperaturas provoca estrés térmico en los animales, lo que tiene una serie de repercusiones negativas. Entre ellas, figura una reducción del crecimiento y la producción, disminución de las tasas de reproducción y mayores tasas de mortalidad.

El estrés térmico también reduce la resistencia de los animales a los patógenos, parásitos y vectores, ya que las crecientes temperaturas favorecen la supervivencia invernal de éstos, según un informe reciente de la Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo.

Así, «múltiples factores estresantes afectan considerablemente a la producción, la reproducción y el estado inmunitario de los animales», señala este estudio.

Además, la creciente variabilidad de las lluvias provoca escasez de agua potable, así como un aumento de la incidencia de las plagas y enfermedades del ganado, y cambios en su distribución y transmisión. También afecta a las especies vegetales que componen los pastos, los rendimientos de los mismos y la calidad del forraje.

Existen estudios basados en las experiencias de los propios ganaderos y ganaderas. De una muestra de 100 profesionales del sector de la ganadería extensiva española, el 78% dicen haber observado un incremento de periodos de sequía (menos lluvia en verano y primavera), un 73% desplazamientos de las estaciones, un 70% una disminución del caudal de los cuerpos de agua y un 69% incrementos en las temperaturas máximas.

Para hacer frente al nuevo escenario climático, la Plataforma por la Ganadería Extensiva defiende el pastoreo como la mejor herramienta, tal y como ha sucedido siempre: «El pastoreo, al ser móvil, permite alejarse de algunas catástrofes climáticas inminentes, como sequías o picos de calor, buscando refugio en terrenos con mejores condiciones. También permite gestionar la disponibilidad de alimento, trasladando a los animales en busca de condiciones óptimas del pasto y garantizando los periodos de descanso de los pastizales».

Además de recordar las ventajas que suponen las razas autóctonas, el mismo informe señala que la ganadería extensiva tiene otras ventajas sobre la intensiva: «A la posibilidad de moverse se une la de reajustar rápidamente el tamaño del rebaño para prevenir situaciones de riesgo. Por ejemplo, ante una sequía prolongada se pueden vender animales, reducir el tamaño del rebaño y hacer frente a la necesidad de comprar alimento para los restantes. En una época mejor, el número de animales de reposición se eleva para aumentar el rebaño y aprovechar la abundancia».

Tanto el Ministerio como los colectivos ganaderos y agrícolas destacan la necesidad de realizar una adaptación general a la nueva situación para mantener la rentabilidad de las explotaciones.

 

De la Peste Porcina a la fiebre africana

Los ministerios de Agricultura y Transición Ecológica tienen ya identificadas varias enfermedades derivadas del aumento de la temperaturas. Estas son las principales enfermedades transmitidas por los mosquitos y las garrapatas. Se espera que el aumento general de las temperaturas y de las mínimas en invierno aumenten su distribución en España.

Tuberculosis.  La prevalencia en los rebaños de la tuberculosis bovina y caprina tendió a descender durante la primera década del 2000, hasta que a partir del año 2013 volvió a ascender, tendencia que se volvió a interrumpir en 2017. La temperatura óptima para la supervivencia de la bacteria es entre 12° y 24°, por lo que el aumento de las temperaturas mínimas en invierno favorecería su supervivencia. Sin embargo, hay otros factores de más peso relacionados con la prevalencia y la incidencia, como el traslado de ganado o la presencia de rebaños de toro de lidia.

Peste porcina africana. Las garrapatas actúan como vectores de la peste porcina africana (erradicada de España en 1995), más frecuente en sistemas extensivos de producción porcina, y la transmiten después de haber picado a roedores y reptiles. El virus puede permanecer activo hasta 8 años, por lo que que la presencia de estas garrapatas, asociadas a ambientes áridos, y que ya ha sido sido detectada en el sur de la península ibérica, dificulta la erradicación de la enfermedad una vez se manifiesta.

Zoonosis. Además del cambio climático, son muchos otros factores que pueden influir en la epidemiología de las enfermedades vectoriales. Entre ellos, la propia composición atmosférica, el urbanismo, el desarrollo económico y social, el comercio internacional, las migraciones, desarrollo industrial, y el uso de la tierra y regadío agrícola

Fiebre hemorrágica del Congo. El primer caso fue detectado en un hombre de 62 años sin antecedentes de viajes. Comenzó con síntomas el 16 de agosto 2016 y falleció nueve días después. Su vector fueron  las garrapatas del género Hyaloma que son muy activas entre abril y junio, pero también les favorece los  inviernos suaves. Ya se han detectado en Andalucía, Castilla-León, Madrid, Extremadura, Aragón, Castilla La Mancha y Ceuta, siendo menos abundantes en el norte de la península. En una campaña realizada de 2001 a 2015, la gran mayoría de las garrapatas positivas fueron capturadas sobre ciervos, gamos y jabalíes. La frecuencia de garrapatas positivas fue del 2,78%, similar a los países de la región europea donde la fiebre hemorrágica del Congo ya se considera endémica (Kosovo, Bulgaria y Albania).

Fiebre del Valle del Rift. Vector: mosquito del género Aedes. La especie más afectada es la ovina, por lo que se espera que las personas expuestas al contacto con ovejas corran más riesgo de transmisión. Pese al reciente despliegue de la enfermedad en la costa africana del Mediterráneo, no se han detectado casos en España. Se considera que Andalucía es la región con más alto riesgo, aunque el mosquito vector se encuentra actualmente en las zonas mediterráneas de la Península.

Fiebre del Nilo occidental. Vector: mosquito. Se desplaza largas distancias, porque las aves migratorias tienen capacidad de ser portadoras y afecta a équidos. En España, los primeros focos en equinos fueron detectados en 2010 en Andalucía. La presencia de mosquitos se relaciona con temperaturas cálidas, con preferencia en zonas urbanas y zonas rurales con proximidad a granjas de ovejas, según revela el informe de Transición Ecológica, sobre el impacto del cambio climático en el sector primario.