Hace poco, un hombre del campo me aseguró que el futuro de Europa pasaba por la agricultura, a la que se refirió como la frontera entra la barbarie y la civilización. Hemos despreciado tanto ese mundo que sus palabras me produjeron el efecto de un golpe emotivo inesperado. El hombre me dejó un papel que guardé mecánicamente en el bolsillo y con el que volví a tropezar días más tarde, al ponerme la misma chaqueta. El primer párrafo de ese escrito, que era una declaración de principios, decía así: "Un país en el cual su Diccionario de la Real Academia conserva en pleno siglo XXI, como acepciones ligadas al término rural, las tosco e inculto, es un país en el que aún hay camino que recorrer para salvar la brecha de ciudadanía que permanece abierta entre el pueblo y la ciudad…".

Esa brecha, o herida, ha sido considerada durante mucho tiempo como saludable, y cuanto mayor era, más avanzada considerábamos la sociedad en la que se producía. Pero la misma expresión ´herida saludable´ resulta una contradicción en los términos. Por las heridas se pierde sangre y entran infecciones. La existente entre el mundo urbano y el rural es ya de tal magnitud que parece una gangrena. La distancia entre el sector terciario y el primario ha aumentado tanto que desde la ciudad resulta ya imposible distinguir el campo y desde el campo resulta imposible distinguir la ciudad. No hemos logrado construir una articulación entre uno y otro mundo. Los niños piensan que los huevos y la carne vienen de la nevera. La bisagra está rota. Una de las pruebas de esa ruptura son las ´granjas´ artificiales creadas para la organización de campamentos infantiles. Imaginémoslo al revés: un sucedáneo de ciudad para las vacaciones de los escolares del campo.

La expresión ´economía productiva´ debería escandalizarnos, pues implica la existencia de una economía que no lo es. La actividad agraria constituye un ejemplo de economía productiva al que deberíamos rendir culto. En épocas de crisis, tiene más capacidad para sobrevivir el que cultiva un pequeño huerto que el que juega en la Bolsa. El término rural no es en efecto sinónimo de tosco o inculto. El término urbano, en cambio, empieza a serlo de despiadado y cruel.