En la mesa de al lado una pareja de ancianos tomaba chocolate con churros. Ella leía al mismo tiempo el prospecto de una medicina cuya caja, abierta, permanecía junto a la taza. En esto, levantó la vista hacia su compañero y preguntó:

–¿Excipiente es lo contrario de recipiente?

–Ahora no caigo –dijo él–, ¿por qué?

–Porque estas pastillas tienen excipiente.

El anciano meditó unos instantes al cabo de los cuales sentenció:

–Veamos –dijo–, si un recipiente es un cacharro para contener algo dentro, un excipiente serviría para contener algo fuera.

–¿Y cómo se contiene algo fuera? –preguntó ella.

–Supongo –replicó él– que los medicamentos se mezclan, para darles consistencia, con alguna sustancia inocua a la que llaman excipiente.

–Entonces los que vienen en cápsulas tienen recipiente en vez de excipiente.

–Presumo que sí.

La conversación me hizo reflexionar. Yo me estaba bebiendo el gin-tonic en un recipiente (de cristal, para más señas), pero quizá pudiera administrarse también en un excipiente. Visualicé un gin-tonic con forma de pastilla. Me imaginé entrando en una farmacia.

–¿Me da una caja de gin-tonics, por favor?

–¿De 10 o de 20 miligramos?

(Tienes que llevar cuidado con lo que imaginas. A la primera de cambio, no sabes cómo continuar).

–¿A cuántos gin-tonics equivale cada uno? –pregunté.

–El de diez, a medio; el de 20, a uno.

Pedí el de 10 para tomarlo en un par de sorbos, y salí de la farmacia. De camino a casa, en el metro, me tomé una pastilla que me hizo efecto de inmediato, pues comencé a escuchar enseguida conversaciones extrañas. Antes de llegar a mi estación, me tragué la segunda. En casa no había nadie y a mí se me habían olvidado las llaves, de modo que abandoné la fantasía y regresé a la realidad. Los ancianos se habían ido con el excipiente a otra parte.