Vaya por delante que cualquier avance pequeño o grande en materia de igualdad entre hombres y mujeres es inmediatamente considerado una chorrada. Una cortina de humo para tapar asuntos realmente importantes como la economía, o las últimas declaraciones vidriosas de Lord Gaga, Felipe González, sobre su participación o abstención en actos abominables de terrorismo de Estado. Hasta el temporal merece más respeto que la posibilidad de que desaparezca un vestigio de la sociedad patriarcal como es la prevalencia del apellido paterno sobre el materno, legislando que si no existe acuerdo entre los progenitores se otorgue al hijo el primer apellido por orden alfabético, un método limpio y sin apriorismos. Todos los otoños ruge el viento y llueve a cántaros, y siempre ha ido antes el linaje de papá: no se puede ir contra la naturaleza ni contra la costumbre. O tal vez sí. El ruido que hace la minusvaloración de las cuestiones que atañen a la no discriminación por cuestión de sexo que recoge la Constitución (con la excepción expresa de la sucesión a la Corona) ha vuelto a pillar al Gobierno con la guardia baja, y Pérez Rubalcaba (popularmente conocido como Rubalcaba) ha dicho de parte de Rodríguez Zapatero (popularmente conocido como Zapatero) que bueno, que ya veremos si la cosa va para adelante, que todo se puede hablar e incluso aparcar, que no corre prisa. Muy mal, amigo Pérez, fatal. Enésima reculada y seguimos sumando.

Tal vez Pérez cree que si los partidos no pueden ponerse de acuerdo en algo tan razonable y tan fácil, las parejas acabarán a navajazos en las salas de partos por "mi familia o la tuya", cosa que redundará en más trabajo y horas extras para su ministerio del Interior. Menuda falta de confianza en el pueblo, que no vive la vida como si todo fuese un Barça-Madrid y que ya pacta sin aspavientos si el bebé se llamará Joan o Kevin, o las dos cosas. Aunque lo mismo al vicepresidente Pérez le hace falta un argumento paliativo al bajón colectivo de autoestima que sufrirán los españoles cuando sus genealogías pierdan la preponderancia legal. Yo tengo uno. Nosotras defendemos también el apellido paterno, pero el de nuestros propios padres, castigados a ver relegado el nombre de su casta por haber engendrado mujeres. La reivindicación del abuelo por parte de madre, o sea. Con la nueva ley al menos tendrán una oportunidad, si su letra se encuentra en la parte alta del alfabeto. Menos da una piedra.

Importa el apellido e importa el patronímico, porque las variadas formas de elegirlo y ponerlo dicen mucho de cómo se vive en el lugar donde estamos. En una aldea de Etiopía me contaron hace años que los niños no recibían su nombre hasta los tres años, pues la mortalidad infantil era tan elevada que esta forma de desapego constituía un escudo contra el dolor que permitía a las madres salir adelante si los perdían. Todas las tradiciones tienen su porqué y su contexto. A mí me encantaría que la costumbre etíope hubiera desaparecido ya por falta de uso, no creo que nadie se echase las manos a la cabeza por su cese. Lo mismo vale para nuestro actual orden de apellidos, que ya no refleja la sociedad que somos.