Ante el consenso de que la versión española del tea party vendrá amadrinada por Esperanza Aguirre, recibirá el nombre inevitable de chotis party. La denominación combina la versatilidad de los movimientos portátiles estadounidenses con el casticismo inherente a su adaptación hispana. La importación resolverá la crisis de identidad de las personas con banderas de España en los balcones que se preguntan si, cuatro meses después del triunfo de la selección de fútbol en el Mundial, deberían retirar las embarazosas enseñas marchitas. Su reciclado como estandartes del chotis party contribuirá a la política de austeridad.

Los ejes esenciales del tea party pueden ser trasladados sin cambios. Se acusará al oprobioso Zapatero de profesar clandestinamente la fe musulmana, de haber nacido fuera de España y de no ser un negro auténtico. El chotis party tampoco se arrojará incondicionalmente en brazos del PP. De hecho, sus promotores desconfían de la barba esencialmente postiza e islamizante de Rajoy, y sospechan que habla catalán en la intimidad. El único punto irrenunciable será la defensa de las clases medias, sustanciada en la convicción de que Botín paga demasiados impuestos.

Si el tea party ha conquistado Washington desde Estados Unidos, el chotis party tomará España desde Madrid. La estrategia pasa por imponer a Belén Esteban como vicepresidenta de Rajoy, audaz decisión que garantiza la mayoría absoluta en las generales. Las primeras medidas que adoptará el nuevo gobierno consistirán en declarar la guerra a Marruecos, a Portugal y a Francia, además de acometer la recuperación del imperio colonial perdido por la disparatada gestión socialista. De este modo se reconciliará al país con los momentos más gloriosos de su historia, según los especialistas del género. Los fondos iniciales se recaudarán gracias al lanzamiento triunfal de Chotis party, el musical. El manifiesto inaugural del movimiento será redactado por el moralista de cámara de Aguirre, un tal Sánchez Dragó.