La muerte de Manolete marcó para siempre la vida del fotógrafo Francisco Cano, ´Canito´, que, al captar en imágenes aquella negra tarde en la plaza de toros de Linares, sabía que lograba el éxito profesional pero sufría a la vez en lo más hondo la pérdida de un amigo. "Yo quería mucho a Manolete. Creo que lloré mucho menos la muerte de mi padre que la suya", explica el decano fotógrafo en una entrevista con motivo de la publicación del libro de imágenes inéditas Mitos de Cano (Rom Editors).

A punto de cumplir 97 años, Cano recuerda como si hubieran sido ayer los entresijos de una larga vida dedicada a capturar con su cámara los matices del mundo del toro. Hace ya setenta años que ejerce de fotógrafo, y antes fue boxeador y torero, pero ni siquiera piensa en retirarse: "Dicen que cuando uno se retira, palma, y yo no quiero palmar tan pronto, quiero durar todavía cuatro o cinco años más", afirma muy serio.

En sus inicios, desde 1939 hasta 1943, toreaba, y después se metía en el callejón a hacer fotos al resto de toreros. Gracias a la ayuda de un químico madrileño construyó una máquina de fotos con la empezó a cosechar el éxito entre los toreros de la época, que querían ser inmortalizados por ´Canito´.

Fue Alejandro Montani ´el sol del Perú´ el primero que le encargó varias docenas de fotos y quien le hizo ver que en eso estaba "el cocido" para su familia. "Todo el mundo empezó a llevarme con ellos: Pepe Luis Vázquez, Manolete, los Bienvenida, los Dominguines, los Ordóñez. Y desde ese año hasta ahora he vivido, le he dado de comer a la familia y hasta con postre han comido", cuenta con gran sentido del humor.

Su objetivo retrató no sólo a los grandes toreros de la época, también a personalidades como Ernest Hemingway, Sofía Loren, Orson Welles, Juanita Castro o la emperatriz Soraya.

Además de fotografiarles, Cano bebía y comía con ellos "como un rico", y reconoce que se emborrachó más de una vez con Hemingway.

Pero todos sus ojos fueron para Ava Gardner, "la mujer más guapa del mundo", con quien se ponía "morado" de anís y coñac en el callejón de las plazas y a quien nunca se atrevió a decirle cuánto le gustaba.

Sin embargo, asegura que su mejor fotografía es la que muestra los momentos posteriores a la cogida de Manolete, cuando se lo llevan a la enfermería y le taponan la herida. El fotógrafo reconoce que esa imagen le ha dado mucho dinero y que aquella tarde supuso el momento más emocionante de su carrera, pero también el día "más catastrófico" de su vida taurina, porque perdió a un ser querido.El que el mundo viera la muerte de Manolete, cuenta Cano, se debió a Luis Miguel Dominguín, que aquella tarde le había pedido que acudiera con él a Linares para cerrar un asunto.

Lo que más le fastidia del paso del tiempo es que ya no puede coquetear con las mujeres: "Veo pasar a las mujeres y se me caen las lágrimas porque se van vivas", bromea.