El juez condenó a Delgado y Estarás -que se habían jurado fidelidad eterna- a medirse en un congreso presuntamente ilegal. Hasta el PP balear acusa al PP balear de corrupción. La denunciada replicó que ella no entraría jamás en litigios con la familia, una línea de diálogo extraviada de Los Soprano. La celebración del cónclave confirmó que el alcalde de Calviá no sirve de alternativa, y que la número dos de Matas ni siquiera suscita oposición, sólo indiferencia. En este apartado, ha logrado igualar a Rajoy.

Según la denuncia, la candidatura de Estarás volvía a implicarse en una operación Mapau, ahora rehaciendo censos internos del partido con sus habituales maniobras en la oscuridad. En el congreso subsiguiente del PP, no la respaldaron ni los emigrantes cuyo voto captó con fondos públicos desde el Govern -no hubo delito, por lo que debería presumir de aquella campaña-. Consiguió menos votos que avales a su candidatura, porque una cosa es el sufragio secreto y otra las sugerencias siempre amistosas cara a cara. Esta disfunción avala por sí sola la impugnación del ágape. Además, los apoyos de la ganadora no alcanzaron a la mitad de los compromisarios que, pese al grado literal de compromiso que los define, se abstuvieron en masa. Excelente presagio electoral.

Balears no puede entenderse sin el PP, pero la jeraquía de ese partido se ha empeñado en desentenderse de Balears, generando la absoluta indiferencia de compromisarios, afiliados y votantes. Ha abierto un cisma con la sociedad, cuyo síntoma es la victoria a medias de Estarás. Víctima de sus propias limitaciones, se presentó como terapia contra Matas, cuando en las autonómicas sólo le había aventajado en el municipio de Escorca, por un voto. Nadie ha sido tan duro con ella como Delgado. Y se ha quedado corto, según demuestra la mayoría absoluta de comisionados del partido que se negaron a votar a la lugarteniente de Matas. Finalizado el congreso que tal vez no se ha celebrado por ilegal, el PP balear tiene presidenta. Ya sólo le falta un líder.