Ya no hay manera de quedar con mi amiga Merche para cenar en Atarazanas, la plaza de moda este verano. Se ha tomado tan en serio la amenaza de la desaceleración, que ha inventado un sistema de ahorro para acoplar su vida a los nuevos horarios de la electricidad menos cara (no confundir con barata). "El martes no puedo porque a las 22 en punto enchufo el lavavajillas. El miércoles no puedo porque madrugo para poner la lavadora, que como se menea tanto al centrifugar molesta a los vecinos por la noche. El jueves tengo secadora y el viernes aprovecho para planchar de madrugada poniendo el aire acondicionado. El sábado cocino para toda la semana, y el domingo descanso y me hago la agenda de la semana que viene", narra muy satisfecha de sus logros. Le pregunto por el único día libre en su plan de choque: "¿Y el lunes?" "Es el día del espectador y me voy al cine".

Gracias, ZP. En nuestro nombre y en el de los fabricantes de condones, que van a hacer su agosto entre tanta oscuridad. Si hay que salir de la crisis por la vía de pasarse la epilady a la hora en que se recogió Cenicienta, por nosotras que no quede. Mi amiga Nica, que ha desenterrado del armario todos sus bolsos enormes para llevar dentro una linterna, ha colocado post-it con la palabra ¡puñal! en los interruptores de la luz y emplea a diario la neverita de la playa para evitarse abrir y cerrar el frigorífico, sostiene que el consumidor no puede hacer absolutamente nada para enfrentarse a la nueva subida, y que las franjas horarias con descuento constituyen una tremenda filfa. "Ya recordaréis lo que me ocurrió a mí con el teléfono". En efecto, la pobre pasó dos meses ilocalizable cuando se acogió a una oferta por la cual sólo podía llamar a buen precio entre las cinco y las siete de la tarde, y las once de la noche y las seis de la mañana, lapsos en los que nos pillaba en el tajo o durmiendo. Empeñada en no responder a los mensajes en el buzón de voz a una hora decente, su vida social decayó tanto que se enganchó a la teletienda. "Aboné una factura de móvil descomunal y compré dos aparatos de gimnasia pasiva para hacer abdominales. Como son eléctricos, ya no los puedo usar", resume.

Sangría económica, sudor y lágrimas, menudo panorama. Tal vez el Gobierno nos podría echar una mano en el nuevo reto de conciliar nuestras vidas laboral, personal, familiar y energética. Un Plan Nacional del Descuento que nos diga cómo y cuándo desempeñar los trabajos diarios y tareas domésticas con la menor merma de nuestras magras finanzas. Y en el que se subvencionen, por ejemplo, las citas románticas a la luz de las velas, la bajada a la fuente pública para lavar a mano y el uso del abanico. A ver si a base de mucho amor y esfuerzo conseguimos entre todos reducir los beneficios de las compañías eléctricas.