Hasta ahora, la gripe aviar se había cebado en pájaros vulgares (patos, ocas, gallinas, pollos, quizá gaviotas), animales por los que sentimos poco o ningún respeto. Quien haya visto un gallinero moderno no necesita visitar un campo de concentración para conocer el horror. Un granjero, mostrándome un día sus instalaciones, me hizo ver que había alguna gallina tuerta:

-Se sacan los ojos entre sí.

El granjero pretendía demostrar que eran animales crueles, o tontos, cuando sacarse los ojos, en la situación en las que se las explota, resulta una acto de caridad. Nunca mejor aplicada la expresión "para lo que hay que ver?" Las gallinas están completamente locas, de acuerdo, pero alguna responsabilidad tenemos en su demencia. Mi médico dice que conviene tomar dos huevos a la semana y yo le hago caso, aunque sé que proceden del interior de un organismo estresado, maltratado, humillado y saqueado. Me los tomo como una medicina, porque no hay más remedio, por el número de proteínas. El día que además de ser capaces de calcular las proteínas de una clara, descubramos el modo de averiguar las unidades de mala leche de una yema, quizá desterremos el huevo de nuestra dieta transgénica. Me dan igual las gallinas, no les debo nada y no soy una persona especialmente sensible, pero lo que está mal está mal. Los gallineros de hierro, compuesto por esa sucesión de jaulas de varios pisos, son una vergüenza para la humanidad. Dicho queda.

Y ahora, a lo que íbamos: que la gripe aviar había venido cebándose en pájaros vulgares, a los que no profesamos ninguna admiración, hasta que, sin venir a cuento, se ha manifestado en un cisne. En un cisne no, por favor, dan ganas de gritar al virus, que el cisne no es un animal, es un símbolo. Los cisnes deben morir de manera elegante, en la caja de un escenario, con música de Tchaikovsky, y no consumidos por la diarrea y la fiebre, como un pollo vulgar. El cisne afectado, por si fuera poco, ha aparecido en Rumanía, cerca de la frontera con Ucrania, lugar mítico del cine de terror. Qué miedo.