Un virus hipotético, aunque letal, nos espera a la vuelta de la esquina. Su antecesor lleva años dando saltos mortales del pollo al pato, del pato a la cigüeña, de la cigüeña a la oca, y tiro porque me toca. Todavía no ha hallado la forma de saltar de un ser humano a otro, pero todo se andará, aseguran los expertos. Cuando eso suceda, bastará con que un individuo infectado estornude para que toda la familia contraiga la gripe aviar. Al día siguiente, los miembros de esa familia repartirán democráticamente la enfermedad. Los niños, que son estudiantes, entre sus compañeros; el padre, que es sobrecargo, entre el pasaje del avión; la madre, que trabaja en un ambulatorio, entre los enfermos de la lista de espera... Parece puro azar, pero es pura estrategia.

De momento, el microorganismo padre, que se llama H5N1 (¿por qué no Ignacio o José Luis?) no ha encontrado el modo de saltar de persona a persona. Da vueltas alrededor de las aves, como una ruleta, a la espera de una mutación que le permita esa hazaña. Sólo tiene que convertirse en otro, lo que, según el cálculo de probabilidades, no es más que una cuestión de tiempo. El premio a su paciencia es la pandemia. Los periódicos dedican todos los días una o dos páginas a esa calamidad inexistente provocada por un virus que todavía no ha nacido. ¿Es raro o no es raro? Cuando llegue, diremos con expresión perpleja: "Era esto".

No podemos defendernos de algo irreal. La vacunación consiste en introducir en el cuerpo un virus muerto o seriamente disminuido, que estimula las defensas naturales. Pero cómo obtener el cadáver de un individuo inexistente. La voz de los científicos recuerda estos días a la de los viejos profetas: anuncian un Apocalipsis seguro y basan sus profecías en el estudio de las aves. En la antigua Grecia, los adivinos capaces de interpretar estos signos eran muy apreciados. Un buen científico ve cómo se mueve un pollo y deduce una plaga bíblica. Los brujos, ahora, llevan corbata, trabajan para la OMS y no dicen una palabra más alta que otra. No hay nada misterioso ni esotérico en sus formas, pero acojonan más que un programa sobre el más allá escuchado a media noche. Dios nos asista.