Estoy tan contenta de que al fin hayan terminado mis vacaciones que pienso contraer y aflojar los músculos de los glúteos veinte veces mientras pestañeo de forma sincopada como demostración de alegría políticamente correcta. De mi sensata, discreta y nada humillante para el prójimo forma de celebrar los grandes momentos de la vida cotidiana deberían aprender los jugadores brasileños del Real Madrid, que andan en la picota por ser como son: alegres, gesticulantes, extrovertidos y un pelín coreógrafos. Yo creía que los goles se festejaban en el campo (gradas y césped) como a uno le salga de muy dentro, con cortes de manga, saltos y abrazos, regocijo de banderolas, volteretas y griterío, mas no. Resulta que hay formas de endulzarle al contrario un marcador de cuatro a cero, como por ejemplo entornar los ojos y besar con mesura el anillito de casado, o retirarse a meditar en la banda mientras suena una marcha fúnebre. Tanto como pedirle a Carlinhos Brown que cante sus carnavales sentado, o a mi amiga Merche que no haga la ola cuando resuelve un sudoku.

Ensalzo mi tanto por mí, no contra ti. El caso es que el fútbol ha caído en las garras del uno de los tipos sociológicos que más rabia me dan: el de los susceptibles. Esos que cuando les deseas "buenos días" te contestan: "¿Por qué lo dices? Jolín, pues porque de momento no nos ha arrasado un ciclón, un terremoto, un huracán ni siquiera un cap de fibló, me ha tocado el reintegro en el cupón y encima hoy ponen CSI. Los picajosos que, hagas lo que hagas, ven segundas intenciones, buscando siempre la explicación más intrincada y negativa. Todo les sabe mal. No les gustan ni "la cucaracha" ni "el canguro" ni las personas humanas, esos mortificantes bichos demasiado expresivos que pueden salirte por peteneras y bailar de repente; odian cualquier gesto de felicidad ajena, como si les hubiesen educado para heredar el trono de Gran Bretaña, en el muy noble arte de ocultar los sentimientos. Vuelven la cara con desagrado cuando escuchan una carcajada, les ofende el buen humor, la broma y el optimismo. También las lágrimas. Todo controlado. "¿Qué has querido decir con lo que has dicho?" No hay manera de salir con salero de sus encerronas.

Me pregunto cómo será el mundo perfecto de los quisquillosos. Un lugar sin payasos ni bufones, átono, indoloro, incoloro y sin sobresaltos, donde lo bueno y lo malo se resuelve de puertas adentro, sin que se entere nadie. Un planeta bajo el lema "fuera cachondeos" en el que los políticos no patalean en sus escaños para no estorbar a la oposición, los gitanos no palmean para no molestar a los vecinos y el público no se agita en los conciertos para no incordiar a los que asisten al funeral de enfrente. Os lo digo de corazón, Ronaldo, Robinho y Roberto Carlos: los susceptibles no se merecen ganar el partido. Así que a marcarles una docena.