Como en una de estas estupendas películas norteamericanas en las que una madre intercambia el cuerpo con su hija adolescente por un subidón de hormonas, o un ligón rijoso amanece transformado en presidenta del equipo de animadoras tras darse un golpe en la cabeza, o un niño ocupa de repente el organismo de Tom Hanks para dar una lección de cordura al mundo, el martes pasado transmuté en Ana García Obregón al pronunciar por pura casualidad las palabras mágicas pommodori secchi. Uno de los días más difíciles de mi vida, ojú.

Salí de casa con la sonrisa puesta, subida en unos tacones de madera de diez centímetros, con mis piratas rosas y una camiseta en la que se leía J'Adore Dior en purpurina. Me había pasado toda la noche trabajando en el próximo artículo, y realizado algunos hallazgos léxicos y otros filosóficos que me tenían francamente orgullosa. "¿Te podemos hacer una pregunta?", me asaltó la joven del micrófono mientras todas las cámaras me seguían hasta el coche. "¡Claro!", contesté encantada de poder dar mi opinión sobre la clasificación de los gays en "naturales" y "viciosos" perpetrada por el Obispo de Mondoñedo Ferrol. "¿Cuándo te casas?", siguió ella. "¿Te envía mi madre?", le respondí venenosa. "¿O te has peleado con tu madre? ¿Hay problemas en tu familia? Superfueeerte..."

Al llegar al trabajo, había otro equipo de encuestadores aguardando en la puerta. "¿Es verdad que has vuelto con tu Último Ex? Lo digo porque te han visto cenando en su compañía y una prima del concuñado de la chica que ahora sale con él ha grabado unas declaraciones exclusivas superfuertes poniéndote a parir", atacó un chico con una grabadora. "No era mi Último Ex sino mi Penúltimo Ex, que perdió la porra de La casa de tu vida y me lo debía. Y entre nosotros sólo hay una buena amistad, ¿o tú no tienes amigos?", le espeté al borde de las lágrimas. "Uy, una pasiva agresiva. Pues a mí no me afrentes que sólo estoy desempeñando mi labor profesional. Acabas de perder los nervios y tus malos modos con la prensa van a ser portada mañana en todos los programas. Se siente...", afirmó antes de salir en estampida.

Necesitada de apoyo moral, quedé a comer con mis amigas Nica y Merche en la terraza discreta de moda de Ses Covetes. El móvil sonó, interrumpiendo a la segunda, que nos hacía un somero resumen del libro de memorias de Pamela Anderson. "Te llamo de la revista Corazonas. Nos han dicho que te has hecho lesbiana, ya hay fotos tuyas besándote apasionadamente con dos mujeres en la terraza discreta de moda de Ses Covetes. ¿Puedes comentarnos qué significa para ti el sexo entre mujeres?" No tuve más remedio que negociar un robado pactado en la playa para evitar males mayores. Después me encerré en casa con dos tubos de pringles, pero la pesadilla siguió cuando no tuve más remedio que sacar la basura y me esperaban tras el contenedor. "¿Alguna vez has ejercido la prostitución de lujo? Aunque a tu edad, ¿piensas adoptar una chinita? ¿Te has reconciliado con tu Antepenúltimo Ex?". "Sin comentarios", ladré. Se quedaron de piedra cuando me oyeron gritar ¡pommodori secchi!