Ahora sabemos que Magdalena Aguiló no fue colocada al frente de la Fundación Miró por la mafia, y cualquier crítica a su gestión -espero que feroces, el arte se nutre de ellas- debe partir de ese reconocimiento. A partir de ahí tendrá que decidir, como los restantes agentes sociales de Mallorca, si se mantiene firme o se inclina ante el monigote. He vivido veinte años en el barrio que aloja el edificio de Moneo, pese a lo cual no lo amo menos que a cualquier otro enclave de Palma. Sin embargo, las eminencias culturales del analfabetismo local me descubren ahora que habito una zona innoble y degradada, y que tengo otro motivo para avergonzarme. Lo hacen para desacreditar la herencia mironiana, y olvidan que en el vecindario se asienta el palacio de Marivent y sus regios inquilinos, a quienes los eximios mendigan el merecido título de Marqueses del Basural.

He amado tantas cosas entre las cuatro paredes de ese barrio, que me sobrarían respuestas. Sin embargo, no voy a replicarles que el entorno de la Miró ha sido destruido para pagarles su Basural. Me limitaré a consignarles que esa zona que no consideran a su altura -en efecto, no le llegan a los talones- ha sido morada en diversos grados de D.H Lawrence, William Butler Yeats, Vaclav Hável, Camilo José Cela, Marisa Berenson, Esther Koplowitz, Evgueni Evtuchenko, Alexander Calder, Brigitte Bardot, Pola Negri, Natacha Rambova, Montgomery Clift o un tal Errol Flynn. No pretendo que los Marqueses del Basural conozcan a más de uno de los citados, pero algún lector puede sentirse impulsado a plantearse si acertamos, cuando asignamos a una geografía concreta palmesana el calificativo de "barrio señorial". La maltratada elegancia de la orilla occidental, donde Palma se hace cosmopolita, viene perfectamente simbolizada por un edificio tan desnudo como bello, levantado sin extorsionar a la ciudad y que sus críticos sólo han sabido plagiar. Tal vez cabría sugerirles que nos dejaran en paz. A cambio, pueden quedarse con el Basural que nos han robado.