Cuando se pliegan las sombrillas de la playa, las pelotitas blancas salen disparadas al cielo. Octubre es el mes álgido para la práctica del golf en Mallorca, justo cuando cierran sus puertas los hoteles costeros y los terrenos de media Europa parecen patatales. Después de dos años consecutivos de depresión, el turismo asociado a este deporte recupera lentamente su swing, confirma el presidente de la Asociación de Campos de Golf de Balears, Federico Knuchel.

El año arrancó mal. La nube de ceniza enfangó la primera parte de la temporada, que se extiende de marzo a mayo. La segunda mitad se inicia en otoño y pinta mucho más favorable gracias a una meteorología benévola, con una cantidad de días de lluvia inferior a la media de los últimos treinta años.

"El origen del golf en Mallorca está estrechamente asociado al campo de Son Vida, construido en 1963", explica Knuchel. La isla dispone de 21 instalaciones que atrajeron el año pasado a 134.668 visitantes, 10.000 menos que hace dos años, según los datos suministrados por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. Balears ocupó el tercer puesto en el corazón de los golfistas, después de Andalucía y la Comunidad Valenciana, aunque a veces cede esa posición a Canarias y Cataluña debido a la abrupta fluctuación de visitantes.

Para el presidente de la Federación Balear de Golf, Vicente Mulet, las condiciones de los campos mallorquines son " buenas en líneas generales" y su número, "más que suficiente, aunque quizá sea necesario plantear alguno en Menorca". El jugador, concluye, "no se aburre, pero muchos aficionados peninsulares desconocen la existencia de una oferta tan amplia".

Federico Knuchel se jacta de que este año Alcanada y Son Gual ocupan los dos primeros puestos en el ranking de campos europeos favoritos de los alemanes. De septiembre al mes de abril, el green fee o precio por recorrer los 18 hoyos oscila entre los 75 euros y los 150, importe que desciende hasta los 50 euros en verano.

En Europa, el turismo de golf representa más de 1,6 millones de viajes anuales, de los cuales, seis de cada diez son de un país a otro. Balears, como el resto de destinos turísticos, se pirra por estos aficionados de un poder adquisitivo por encima del resto. Su gasto medio por persona y día se va a los 213 euros. Durante décadas, los sucesivos gobiernos autonómicos e insulares se han llenado la boca explicando las virtudes de este deporte para el economía local, pero los profesionales del sector se quejan de la escasa inversión promocional. El torneo Mallorca Classic, celebrado en el campo de s´Era de Pula (Son Servera), impulsado por el ex president Jaume Matas y prolongado por los consellers de UM, se convirtió en el reclamo estrella, pero acabó como el rosario de la aurora. La Administración autonómica pagó 17 millones que ahora investiga la Fiscalía Anticorrupción. Al margen del presunto pillaje, expertos como Mulet o el responsable del campo de Santa Ponça, Luis Nigorra, cuestionan que el esfuerzo publicitario se concentrase en las instalaciones del empresario Romeo Sala. Luis Nigorra sostiene que el resto de comunidades autónomas invierten más dinero que Balears en ensalzar el golf. "Canarias cuenta con menos campos pero tiene más fama", aduce Nigorra. A su juicio, este no es el único talón de Aquiles de Balears: "Hemos perdido conexiones aéreas en invierno y no nos dejan construir hoteles de menos de cinco estrellas. No es un deporte exclusivo de la clase alta, también hay camareros, arquitectos y empleados de banca", esgrime. De los 21 campos, menos de la mitad, los más antiguos, están asociados a alojamientos.

El desarrollo del golf en Mallorca se ha topado con la oposición de los sectores más conservacionistas de la sociedad, que critican el consumo de territorio y recursos. El sector se defiende. "Nosotros empleamos agua reciclada. En Son Bibibiloni, donde entrena el Mallorca, no ocurre lo mismo y nadie dice nada", contraataca Knuchel.