El oso cavernario (5)

Los genes dan forma a nuestras cabezas, no a nuestras ideas

La importancia de la cultura, supera el valor de los genes como motor principal de la evolución de las sociedades humanas.

El puzzle genético no impone la cultura.

El puzzle genético no impone la cultura. / Arek Socha en Pixabay.

Alicia Dominguez y Eduardo Costas

Los genes han marcado la historia biológica humana, pero han sido las ideas las que nos han convertido en patriarcas opresores o las que han dado preeminencia social a las mujeres. Ningún gen, por sí solo, lleva a alguien a actuar de una forma concreta. La importancia de la cultura, el conocimiento, las prácticas y las habilidades adquiridas, superan el valor de los genes como motor principal de la evolución de las sociedades humanas.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

Durante gran parte de su vida mi madre necesitó el permiso de mi padre para figurar en la cuenta corriente familiar del banco, sacarse el carnet de conducir e incluso renovar el DNI. Legalmente mi padre tenía un poder casi ilimitado sobre ella para prohibirle trabajar o viajar.

Si mi madre hubiese tenido relaciones fuera del matrimonio podrían haberla acusado de adulterio y terminar en la cárcel. Incluso si mi padre la hubiese matado entre 1944 y 1963, la ley hubiera sido indulgente con él porque en el Código Penal Español aún existía la figura del uxoricidio honoris causa, que suponía la exención o atenuación de la pena para el marido que matase a la esposa sorprendida en adulterio.

El tratamiento privilegiado del uxoricidio en adulterio, que desapareció del Derecho Penal español con la II República y fue restablecido por el Código Penal de 1944, se contemplaba en el artículo 428: el marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer, matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si les produjese lesiones de otra clase quedará exento de pena. Por el contrario, mi padre podría haber tenido relaciones fuera del matrimonio sin que sobre él pesase amenaza legal alguna y contando, incluso, con el beneplácito social (tener una querida era sinónimo de estatus).

En España aún están vivas muchas mujeres que pasaron por semejante discriminación, sin embargo, a las nuevas generaciones esto les parece algo tan lejano como las historias del hombre de Atapuerca. Es innegable que se ha avanzado mucho en igualdad, pero aún queda mucho por hacer.  

Las ideas cambian muy rápido, los genes, no

Por fortuna, las ideas pueden cambiar muy rápido. Nacemos sin ideas, las adquirimos a lo largo de nuestro desarrollo y las cambiamos en el curso de nuestra vida. No ocurre lo mismo con los genes: nacemos con los que conservaremos toda la vida y los transmitiremos a nuestra descendencia. Los cambios genéticos se producen mucho más lentamente que los cambios en las ideas; por ello, aunque aún llevemos los genes de los belicosos Kurganes de los que hablábamos en el primer artículo de la serie, no estamos condenados a ser como ellos.

Veamos un ejemplo. En el año 2000 vino un profesor coreano a pasar una estancia de tres años en nuestro laboratorio de genética. Llegó a España con su pareja y su hija pequeña, una cría de poco más de tres años, a la que escolarizaron en España. En poco tiempo, la niña terminó hablando español con un castizo acento madrileño.

Se adaptó extraordinariamente bien a la vida en nuestro país, tanto que cuando llegó el momento de regresar, le preguntó a su padre que cómo iban a volver a Corea. «¿No ves que ese país está lleno de chinos y que son todos iguales?» Sus genes coreanos le conferían unos rasgos orientales muy marcados y, sin embargo, tenía la idea de que era totalmente madrileña. Y en ese momento lo era. Pero, como decíamos antes, las ideas pueden cambiar muy rápido y ahora esa niña es una coreana perfectamente integrada en la ciudad de Busán que apenas se interesa ya por España.

Los pensamientos no están determinados por la cultura.

Los pensamientos no están determinados por la cultura. / Gerd Altmann en Pixabay.

Ideas diferentes

Inmersos en una sociedad tecnológica que está dando sus primeros pasos en inteligencia artificial, nuestras ideas son muy diferentes a las de nuestros ancestros cazadores recolectores de hace 100.000 años. En cambio, genéticamente seguimos siendo cazadores recolectores. Si al nacer una máquina del tiempo nos trasladase al pasado, estaríamos capacitados para subsistir mediante la caza y la recolección. Si la misma máquina hubiese traído al presente a uno de esos cazadores recolectores, podría ser un brillante programador de ChatGPT.

Pero, aunque casi siempre la evolución de las ideas es extremadamente rápida cuando se compara con la evolución biológica por la modificación de los genes, existen una pocas que han permanecido invariables durante milenios. Y por supuesto, los genes de los pueblos que las pensaron por primera vez todavía se conservan entre nosotros.

Así tras una larga historia de adaptación genética los Yammaya, un pueblo de pastores de caballos de la estepa póntica, desarrollaron la capacidad de degradar la lactosa en la edad adulta, lo que les permitió seguir tomando productos lácteos durante toda la vida. Hace más de 5.000 años, ese pueblo, además de su tolerancia a la lactosa, desarrolló la creencia en un dios único, todopoderoso, varón, colérico y señor de la guerra, y configuró una sociedad en la que las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres.

En pocos siglos, este belicoso pueblo se extendió por Europa. Si eres un europeo varón adulto que todavía puedes tolerar la leche, seguramente en tu genoma existen una serie una serie de marcadores genéticos característicos, por ejemplo, el haplogrupo I (M170) del cromosoma Y, herencia de los Yammaya. Y junto a esta herencia genética, habrás recibido una herencia cultural basada en la existencia de ese dios único y todopoderoso y de una sociedad patriarcal.

Por el contrario, si eres un varón adulto de la etnia Bantú casi seguro que tu intolerancia a la lactosa hará que no pruebes los lácteos porque en tu genoma existirán una serie de marcadores característicos, por ejemplo, el haplogrupo A00 del cromosoma Y lo más probable es que te educasen en creencias animistas asociadas a multitud de espíritus y que estés acostumbrado a que las mujeres jueguen un papel social muy relevante: ya el historiador Diodoro Sículo dejó constancia de ello en el siglo I a.c.: “los maridos africanos deben obedecer a la mujer en todas las cosas”.

La mujer está integrada en el campo científico.

La mujer está integrada hoy en el campo científico. / Michal Jarmoluk en Pixabay.

Sociedades matriarcales

Así, si hubieses nacido en el archipiélago de Bijagós, frente a la costa de Guinea Bissau, estarías acostumbrado a vivir en una sociedad matrilineal en la que las mujeres ocupan las posiciones dominantes en la sociedad y eligen a los hombres. Si a una joven le gusta un chico, coloca un plato con mijo delante de su casa. Si la atracción es mutua, el mozo se come el plato y, a continuación, se va a vivir con la chica a la casa de ésta. A los ojos de la comunidad la pareja está casada. Pero cuando la mujer decide terminar con la relación, saca a la puerta de su casa todo lo que pertenece al hombre y éste tiene que marcharse.

O si pertenecieras a los pueblos nómadas ganaderos que habitan entre Senegal, Gambia, Costa de Marfil, Ghana y Burkina Fasso y pretendieras a una mujer, deberías hacerte con la propiedad de una tela de varios metros de longitud, de forma rectangular, complejamente bordada, y cuyo nombre en español suena parecido a maarfala. Esta tela vale lo que muchas cabezas de ganado (conviene aclarar que sólo las mujeres son propietarias del ganado). Cuando tras mucho esfuerzo, te hicieras con la maarfala se la ofrecerías a tu amada, y si ella la aceptase, se quitaría la ropa de su familia y se enrollaría en tu maarfala. Desde ese momento, serías su marido. Pero si un día ella se cansa, se desprendería de la tela que le regalaste, se volvería a poner la de su familia y tendrías que irte de casa. Y se acabó…

Cada vez más paleoantropólogos están convencidos de que durante más de 200.000 años, las mujeres ocuparon puestos preeminentes en la sociedad, tendencia que cambió con los Yamnaya de cultura Kurgán. Hoy podemos seguir el rastro de sus genes a partir del ADN extraído en las tumbas de hace siglos. Muchos de los pueblos descendientes de éstos, como los aqueos, se caracterizaron por vivir en sociedades donde los hombres tuvieron muchos más derechos que las mujeres, a diferencia de los pueblos de ascendencia Bantú donde la mujer conservó su preeminencia social.

Pero ello se debe a sus construcciones mentales, no a sus genes. Los Yamnayas no discriminaban a las mujeres por un condicionante genético, ni los Bantúes las respetaban por esa misma razón, sino que en ambos operaban sus creencias. Si un pueblo tiene genes Yamnayas, es más probable que haya desarrollado una cultura en la que se discrimina a las mujeres. Por el contrario, si los tiene Bantúes, posiblemente, las mujeres ocupen una posición preeminente en la sociedad, a menos que hayan abrazado el islamismo radical, algo que ha ocurrido en algunos pueblos, que les ha llevado a ejercer la autoridad del hombre sobre la mujer en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos sobre otros según el Corán.

No cambian los genes, cambian las cabezas

Pero también se da el caso de que las ideas permanecen más que los genes. Así, por ejemplo, los Masai en Kenia han mantenido durante siglos su misma lengua, cultura, ideas y estilos de vida, pero genéticamente han cambiado muchísimo porque se han mezclado con otros pueblos de la zona. Un Masai de hoy en día mantiene unas ideas muy parecidas a las de sus ancestros, pero genéticamente es muy diferente a ellos.

Los genes controlan, en gran parte, el desarrollo de nuestro cerebro, pero éste puede analizar la información del entorno y tomar decisiones. Es decir, que los genes no determinan nuestras ideas, aunque históricamente, unos determinados genes hayan llevado asociado un determinado constructo social y otros, uno muy distinto.

Ningún gen, por sí solo, lleva a alguien a actuar de una forma concreta. En este sentido, los científicos Tim Waring y Zach Wood afirman que “los humanos están experimentando una ‘transición evolutiva especial’ en la que la importancia de la cultura, el conocimiento, las prácticas y las habilidades adquiridas, están superando el valor de los genes como motor principal de la evolución humana”.

Como le decía Katherine Hepburn a Humphrey Bogart en la magnífica película La reina de África: ‘La naturaleza es lo que hemos venido al mundo a superar’.

(*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

Referencias

 

Lewontin R, Rose S, Kamin L.G (2017). Not in our Genes.Biology, Ideology and Human Nature. Penguin Books. London

Pinker, Steven (1997). How the Mind Works. Penguin Books. London

Ploming R. & Daniels D. Why children in the same family are so different from one another? Behavioral and Brain Sciences 13: 336-337 (1991)

Polderman T J C, Benyamin B, de Leeuw C A, Sullivan P F, van Bochoven A, Visscher P M & Posthuma D. Meta-analysis of the heritability of human traits based on fifty years of twin studies. Nature Genetics 47: 702–709 (2015)

Ridley M. Nature via Nurture: Genes, Experience, and What Makes Us Humans. Harper- Collins. 328pp (2003). 

Rose, Steven (1997). Lifelines: Biology, Freedom, Determinism.  Penguin Books. London

El delito de uxoricidio. José Manuel Barranco Gámez (Eumed.net)

<em>El franquismo restableció el delito de adulterio, el "uxoricidio por honor" ... </em>(nuevatribuna.es)

<em>La cultura supera a la genética como motor principal de la evolución</em> - LA NACION