La rebelión científica está viviendo una escalada de acciones que advierte del triste final que espera a nuestra civilización si seguimos mirando hacia otro lado ante la crisis planetaria: la indiferencia social, el negacionismo de los intereses creados y la inconciencia de las instituciones, nos están dejando sin futuro.

Alemania ha sido en las últimas semanas el escenario de una escalada en los posicionamientos de la comunidad científica ante la crisis planetaria, que ha llevado a algunos académicos a la cárcel para impedir que sigan con sus acciones. Entre los científicos encarcelados están los españoles Victor de Santos (ambientólogo), el doctor en física y matemáticas Mauricio Misquero, los ingenieros Fernando Rojas y Joseba Sáenz de Navarrete, así como la doctoranda Marta Moreno.

Más de 100 científicos de 14 países han desarrollado diversas acciones llamativas en Alemania, como bloquear una carretera céntrica de Múnich, para exigir una descarbonización inmediata del sector del transporte.

Ante el poder en la sombra

También se han manifestado ante las oficinas de Black Rock, en la misma ciudad alemana, para denunciar su papel en la expansión de los combustibles fósiles y en la deuda del Sur Global.

Era un gesto sumamente emblemático, porque BlackRock está considerada como la empresa que controla el mundo desde la sombra: posee el 88% de las acciones de las quinientas mayores empresas estadounidenses, y gestiona activos de tanto valor que solo Estados Unidos y China pueden competir con su potencialidad económica.

Otro gesto simbólico: los científicos ocuparon durante 42 horas el Pabellón Porsche en el Autostadt en Wolfsburg, Alemania, para exigir a la compañía que defienda el límite de velocidad para automóviles en Alemania, considerado por los científicos como una necesidad para contener el agravamiento de la crisis planetaria.

Asimismo, 50 científicos protestaron frente al Ministerio Federal de Transporte e Infraestructura Digital en Berlín, exigiendo a su vez la descarbonización del sector del transporte.

Por último, más de 1.000 académicos de 52 países han firmado una carta abierta afirmando que ya no es defendible decir públicamente que el límite de calentamiento global de 1,5 °C sigue siendo válido, ya que ese límite científicamente se considera sobrepasado.

El Dr. Jörg Alt SJ, sacerdote católico, con estudios en Múnich y Londres, científico social con un doctorado en la Universidad Humboldt de Berlín, ético social (MA) y sociólogo de la migración, durante la protesta el pasado 28 de octubre en Munich. Mar Sala.

También los teólogos

También el 28 de octubre, paralelamente a la conferencia del partido conservador CSU, científicos y religiosos bloquearon una carretera en Múnich, frente al Ministerio de Justicia. Los teólogos implicados enviaron un llamamiento a todos los responsables de la Iglesia católica en Alemania.

Los 102 firmantes del llamamiento, entre los que se encuentran profesores y superiores religiosos, exigen que los teólogos también tomen medidas concretas, contribuyendo a interrumpir las actividades habituales.

Declararon: “nosotros teólogos, como Rebelión Científica, tenemos el deber de ser sinceros con el público y hacer que la sociedad sea consciente de la realidad física y ecológica frente a la ficción política”.

Momentos graves

Estos movimientos están orientados a llamar la atención de la sociedad global sobre la siguiente cumbre del clima (COP27), que tendrá lugar del 6 al 18 de noviembre de 2022 en Sharm El Sheikh, Egipto, y que previsiblemente seguirá la estela de las anteriores, que no han conducido a ninguna parte.

Todo ello en un momento de extrema gravedad para el planeta, debido a que la inacción climática nos ha llevado al borde del abismo: se agota el tiempo para impedir que el calentamiento global sobrepase el límite a partir del cual la continuidad en el tiempo de nuestra especie queda en entredicho. Nos estamos quedando sin futuro.

Estas movilizaciones han sido convocadas por Scientist Rebellion, un grupo internacional de científicos que despierta conciencias sobre el cambio climático recurriendo a la desobediencia civil no violenta.

Desde su constitución en 2021, Scientist Rebellion ha desarrollado varias protestas, entre ellas la que tuvo lugar durante la cumbre climática de Glasgow (COP26), celebrada El 6 de noviembre de 2021: bloqueó el puente George V en la mayor ciudad de Escocia. En abril de 2022, bloqueó carreteras en Berlín en protesta contra la extracción de petróleo en el Mar del Norte. Son algunos ejemplos.

Escalada científica

Lo que ha pasado ahora en Alemania es la continuación de esta trayectoria, de la misma forma que el surgimiento de este movimiento de científicos es a su vez la culminación de un proceso, cuyos orígenes se remontan al mismo nacimiento de la revolución industrial, y que en la actualidad está llevando a destacados representantes del mundo de la ciencia a conocer la cárcel por asumir la desobediencia civil.

Para comprender el comportamiento de estos científicos, que han decidido salir de sus cátedras y laboratorios y renunciado a la estabilidad de sus recintos académicos, hay que escuchar lo que dicen: nadie está haciendo nada significativo para impedir lo que uno los protagonistas de este movimiento y científico de la NASA, Peter Kalmus, llama el colapso de nuestra civilización.

Este temor, más que justificado, se basa en la evidencia abrumadora de que el mundo superará los 1,5°C de calentamiento en aproximadamente una década.

“Nos dirigimos hacia una catástrofe global y hacia niveles de calentamiento global que son nocivos para la economía”, ha advertido el secretario general de la ONU.

Vuelta al pasado

The Guardian añade que los planes de acción previstos por los gobiernos para 2030, ejecutados según lo previsto, provocarán un aumento del calentamiento global de 2,5°C, “lo que condena al mundo a un cambio climático catastrófico”, advierte el rotativo británico.

William Ripple, de la Universidad Estatal de Oregón y sus colegas, han advertido este mes que en 2030 la humanidad podría hacer retroceder el clima de la Tierra tres millones de años y volver al Plioceno, una época en la que las temperaturas eran de 1,8 a 3,6 grados más altas que los valores de referencia preindustriales, y que, de repetirse ese escenario, será devastador para la vida, tal como ocurrió en ese pasado.

Estas advertencias de los científicos están viviendo una escalada que puede seguirse en los tiempos más recientes: ya en 1992, hace 30 años, se publicó un informe internacional firmado por 1.700 científicos que advertía sobre el cambio climático inminente y la destrucción continua de la naturaleza.

En 2019, más de 11.000 científicos de todo el mundo declararon el estado de emergencia climática global. Ninguno de estos llamamientos ha servido de mucho: en los últimos tres años han aumentado un 40% las emisiones globales de gases de efecto invernadero, ante la indiferencia global.

Los compromisos nacionales para reducir las emisiones dañinas ofrecen pocas esperanzas de evitar un desastre climático, señalaron la semana pasada expertos climáticos de la ONU: han suscrito un llamamiento urgente para una transformación radical del sector energético, antes de que sea demasiado tarde.

Lo que plantean los académicos, que han vuelto a sacudir con sus acciones en Alemania la conciencia social, es que los rigurosos informes científicos sobre la crisis climática y ecológica no han funcionado, por lo que consideran llegado el momento de tomar otras medidas más contundentes.

Miramos para otro lado

Esta rebelión científica no ha hecho más que comenzar (ya se ha extendido por 40 países) y no tiene nada que ver con los movimientos ecologistas del pasado, que han perdido protagonismo a favor de este insólito clamor científico: se vuelve más incandescente a medida que el planeta se calienta más y más.

Y todavía no nos creemos del todo lo que está pasando, como nos señala el catedrático Eduardo Costas: “hace 30 años se sabía que, de seguir así, en la década de 2020-2029 podríamos pasar el punto de no retorno a partir del cual la catástrofe climática resultase irreversible. ¿Cómo fue posible que ante un asunto de tal gravedad hayamos mirado hacia otro lado?”

Todavía lo seguimos haciendo y por eso los científicos ya no solo escriben y hablan, sino que también chillan desesperados ante la indiferencia social (ahora los llaman activistas), el negacionismo de los intereses creados y la inconciencia de las instituciones que, supuestamente, velan por nuestra civilización.

Intentan evitar que, en unas décadas, o tal vez antes, tengamos que recuperar el violín de la banda Wallace Hartley que señaló el principio del fin del Titanic en abril de 1912, para despedirnos con tristeza de este mundo que no hemos entendido ni aprendido a gestionar adecuadamente.