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Maldeojos

Imágenes de impacto

Anuncios racistas en China, la bruja más fullera de España metida a dominatrix, una conocida concursante de ´Supervivientes´ colgada de un palo con dos perolas llenas de látex...

Yola Berrocal, concursante en ´Supervivientes´.

scribía Ryszard Kapuscinsky en Estrellas negras -ahora reeditado, Anagrama- una anécdota espeluznante sobre racismo extremo, ese que a ningún ser sano ni siquiera se le ocurre. Habla el periodista polaco -década de los 60 del siglo pasado- de un hijo de puta integral, el por entonces primer ministro de Rodesia Roy Welensky -hijo de un emigrado también polaco- que se reúne con otro energúmeno, el criminal congoleño Moisés Tshombe, para escuchar su delirante propuesta de incorporar Katanga, al sur de Congo, a Rodesia y así controlar las explotaciones mineras de cobre. Roy pesa 130 kilos, media vida dedicada al boxeo, y la otra, antes de primer ministro, ferroviario. Es, dice Kapuscinsky, uno de los peores canallas africanos, y su racismo, "absolutamente patológico". En su opinión, "la mayor desgracia de África es que hay demasiados negros y por eso es imposible matarlos a todos, aunque, por otra parte, ¿quién iba a trabajar?". ¿A que repugna? Pues bien, cambiemos a la morsa de origen polaco Roy Welensky por los chinos de hoy que se están haciendo con la riqueza natural del continente a cambio de algunas migajas constructivas y de llenar el bolsillo de los dirigentes políticos al frente de gobiernos pelele, vendidos al mejor postor blanco. En un anuncio de detergente emitido en China se ve a un negro guapísimo haciéndole cucamonas a una joven a punto de poner una lavadora. Ella lo mira y le hace así con la mano, el chico se acerca para darle un beso, pero la chica, hija de su puto padre, mala como una serpiente de colores, le pone una pastilla de detergente en la boca, le coge el cuello, y con fuerza lo introduce en el tambor de la máquina. Y oh, se produce el milagro. De la lavadora, tras unos gritos desasosegantes, sale un chico blanco, chino, que conquista el corazón de la malvada, que sonríe sin asomo de culpa. La firma Qiaobi ha tenido que retirar semejante basura -seguro que sus creadores sólo verían un gag sin mala fe, la mar de divertido- al ver el revuelo que los acusa de racismo extremo y gratuito, como todos, claro. Son imágenes de verdad perturbadoras por su aparente inocencia.

De putas y perritos

Sin reponerme del asco y la perplejidad, me entero de que Aramís Fuster, la bruja más fullera, la vidente de chichinabo, entró en barrena económica y acabó como acabará un servidor si hay alguien a quien le guste el esplendor de la carne devenido en carne ajada, haciendo guardia en las esquinas al mejor postor. De puto. Yo no soy prostituta, dice muy digna Aramís, soy dómina, claudicando como parte de las chaperas de un negocio de señoritas y señoras de carne mofletuda y temblona. Ella es dominatrix. Qué canguelo. Yo voy buscando alguien que me domine en la batalla sexual, y por muy retorcido que tenga el gusto me aparece la Fuster con las tetas fuera, las lorzas desparramadas, el aquelarre de su chichi abierto como una breva, y doy un pingo, le suelto la guita a la madama, y sin despedirme, como auto penitencia extrema, llego a casa y me pongo a ver Supervivientes sin rechistar, aunque sé que allí también emiten imágenes de una dureza límite. Me explico. He visto la secuencia de Yola Berrocal colgada de un palo en una prueba de resistencia, pero la señora no tiene tetas, tiene dos perolas llenas de látex, y la gravedad hizo el resto. Al puto suelo. Esta mujer se quita el sujetador de talla monstrua, mueve esos enfermos bultos a un palmo de tus ojos, por casualidad te da un lengüetazo con una mama, y estás perdido, es una imagen atroz que jamás olvidarás, peor que la de los simpáticos niños de Ana Rosa, la Quintana, adiestrados como monitos en 26J. Quiero gobernar. Dejen en paz a los niños, no los prostituyan, no les perviertan, ha clamado Isabel San Sebastián, otra dómina del extremo centro mediático con la que, por una vez, estoy de acuerdo. No es fácil de digerir ver a nuestros peques usados como perritos simpáticos, como loros que repiten las frases del dueño, como micos que hablan de lo guapo que es Pedro Sánchez y de que Rajoy es su héroe porque no subirá el impuesto de las chuches. Demasiado.

Cásate conmigo

La maquinaria electoral está dejando, además del mentado despropósito, sello Telecinco, un reguero de vídeos fabricados por los propios partidos donde la simpleza del mensaje habla del concepto que los ideólogos de la propaganda tienen del ciudadano, a ras del perfecto tronista, un cacho de carne esculpida con porquerías anabolizantes. Ciudadanos ha montado un anuncio con un vago, ludópata y caradura que lleva coleta y, oh, más casualidad, se parece a Pablo Iglesias. Por si quedara alguna duda de quién es el malo, el haragán, al final del anuncio, el coletas, levanta el botellín y pide al camarero que le ponga otro, joder, macho, dice el camarero, todos los días con "la misma coletilla". Ya lo tenemos. Del Coletas al coletilla. El PSOE convierte a Rajoy en Mariano el mercero, que vende cosas malas que no está dispuesto a cambiar. El PP echa mano de 122 gatos porque, aunque no le gustan, está "en contra de los perros". ¿Burdo, grotesco? Hace unos meses, hipters. Hoy, gatos. TVE también padece el síndrome de pasarse la audiencia, y la ley, por el sobaco. ¿Hay algo más extremo y violento, unas imágenes de impacto más tremendas, que una corrida de toros? La 1 lo volvió a hacer. La semana pasada, desde Albacete, TVE volvió a apostar por su emisión -con Miguel Ángel Perera como torturador-. Apenas 800.000 personas de audiencia. ¿Y? TVE sabe lo que hace. Los toros es la apuesta por la fiesta de toda la vida, por la España de siempre, por "nuestras" señas de identidad. Es una cuestión ideológica. Acabo con otra imagen de verdadero impacto, la que emitió El hormiguero, aliado con un chico que, con la ayuda de Eduardo Noriega desde la pantalla del cine al que acudió con su novia, le pidió que se casara con ella ante los espectadores de la sala. O le cortas los huevos, o le dices que sí, claro. La chica dijo que sí.

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