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Erotismo y sinceridad desgarrada

La actriz, cantante y escritora Myriam Mézières, musa del cineasta suizo Alain Tanner, autobiografía en El sol tiene una cita con la luna su transición de la vida de orfanato a la de estrella internacional

Myriam Mézières.

17.30 horas. Estación de metro de Camp de l'Arpa, Barcelona. Es sábado, un día ya frío de noviembre. Llega Myriam Mézières con la elegancia y porte que siempre la han caracterizado. Con lento paso, los dos nos dirigimos al piso de la periodista Pilar Caballero y su marido Toni Gracia. Allí también se acerca la escritora y periodista Mercè Ibarz. Nos esperan algunas confesiones y una merienda que se convierte en cena y que se extiende hasta la madrugada. Allí repasamos la vida de una Mézières quien, de padre egipcio y madre de origen checo, fue criada en un orfanato en Francia y supo de muy joven que tenía que formar parte del espectáculo -entendido este como un conjunto de disciplinas (cine, cabaret o teatro) que la "salvaron" de lo que podría haber sido una vida gris. Fascinada desde niña con las bailarinas de Bollywood y la historia de Mandala, hija de la India, Mézières debutó en el cine a los dieciséis años de la mano de Alain Tanner, y ha rodado con directores como Claude Lelouch, Jean-Pierre Mocky, Andrej Zulawski, Ives Boisset y Claude Berri. Con Una llama en mi corazón (A.Tanner, 1987), donde co-firmó también el guión, consiguió el premio a la mejor actriz y mejor película en el Festival de Houston.

En su debut narrativo, El sol tiene una cita con la luna, su autobiografía publicada por la editorial Chapiteau 2.3, Mézières arranca el relato en su primera infancia, una niñez desolada y marcada por la soledad y los sueños. El lector asiste a la transición de una niña de orfanato a la vida como estrella internacional. No obstante, no es esta la narración al uso de una estrella que evoca sus grandes momentos, sino una consecución de líneas escritas en forma de pensamientos sobre su infancia y su carrera en los escenarios y en la pantalla grande. En ellas, Mézières se dirige a menudo a Mina, una joven de paso aparentemente fugaz por su vida. Se vislumbra en Mina el reflejo de la muchacha cargada de sueños que un día fue la propia autora. Mézières se dirige al lector de tú a tú, como a un amigo cercano. Su sinceridad y sello naif la llevan a contar los episodios en un tono alejado de lo trágico.

Myriam Mézières no pertenece a ningún lugar, sino a su maleta, sus viajes, sus anhelos, los golpes y soledades que ha recibido en este devenir vital. Virgen en la visualización de series, como ella misma reconoce, se sincera al decir que el impulso que la mueve a hacer cosas es el sexual, no siendo capaz de separar el sexo de otros aspectos de la vida, de ahí que se defina como una "mujer muy tradicional". Para ella, el tiempo sobre el escenario transcurre de forma absolutamente diferente. Encima de él, los estímulos, el tránsito de minutos, horas y días, pasa de forma muy distinta a la vida real, la inmediata, esa que nos engulle. Es pues este instante su contingente contra la muerte, el antídoto contra el "valle de lágrimas" que supone vivir. Con todo, El sol tiene una cita con la la luna, que nace del encuentro fortuito en París con el ilustrador Ignasi Blanch (cuyos dibujos acompañan la narración de la autobiografía), pretende evidenciar la apuesta de Mézières por las cosas imposibles, el triunfo de haber sobrevivido a obstáculos que pudieran parecer insalvables: la diferencia y superposición de las luces a las sombras -oscuridades, miedos- ora físicas, ora metafóricas, de su vida, y contadas de forma genial en el tomo.

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