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Cine

Un toque de corneta

Con el boom de las ofertas de cine en televisión ¿Dejarán los espectadores de frecuentar las salas tradicionales?

Sala Rívoli. T.B/T.F.

El boom de la oferta de streaming (Netflix, HBO, Amazon, los inminentes desembarcos de Apple y Disney, o en menor medida Filmin en España) vuelve a resucitar el fantasma de la desaparición de las salas de cine. ¿Viene el lobo de verdad o es la enésima falsa alarma?

A finales de junio un artículo del New York Times arrancaba con un provocador título: ¿Cómo sobrevivirán las películas

-como las conocemos ahora- dentro de diez años? En vez de pontificar al modo clásico, su redactor recurre a una fórmula más arriesgada. Recopilar opiniones, con frases cortas de decenas de miembros destacados de la industria del cine, productores, directores, guionistas, actores y ejecutivos.

Subrayo algunas frases interesantes:

Anthony Russo (Director de Los vengadores - Endgame). “El año pasado se produjeron 350 películas más que en 2009, año de Avatar”.

J.J. Abrams (Director y productor, Perdidos, Star Wars VII, el despertar de la fuerza). “Debemos atraer a la gente a las salas de cine no solo para ver películas de acción de altísimo presupuesto.”

Michael Barker (ejecutivo de Sony Pictures Classics) “No considero que sea una sentencia de muerte, sí un toque de corneta.”

A primera vista, el temor es fundado. Las salas de cine tienen toda la pinta de ser las víctimas propiciatorias de a próxima evolución (revolución es un término muy sobado) en los hábitos de consumo cultural. Pero antes de sacar la mortaja echemos un vistazo alrededor, con amplitud de miras.

Todos los sectores económicos mundiales (excepto oligopolios enraizados y nichos dispersos) afrontan en estos momentos un escenario de exceso de oferta. Los nuevos pescadores de este río son los intermediarios físicos del siglo XXI (Amazon, Alibaba) y los virtuales. Google con las visitas, Instagram con los influencers, Facebook vendiendo datos (y su alma al diablo). El exceso de oferta perjudica a los pringados habituales, curritos, autónomos pequeñas productoras y exhibidores no asociados a grandes cadenas.

¿Hay alguna similitud entre estos nubarrones y el batacazo que se dio la industria musical hace una década larga? Aunque la mecha la encendió la piratería, la dinamita fue la soberbia, la elefantiasis y el ensimismamiento de las discográficas. La situación de la industria del cine no es calcada a la musical. Es improbable que se produzca una cuasi implosión; sí una reconversión algo o bastante dolorosa.

¿Los espectadores dejarán de ir a las salas de cine de golpe? ¿Se quedarán siempre enganchados en sus casas a sus proveedores de streaming? Aunque la tecnología en televisores no deja de mejorar y abaratarse, ir al cine ha sido desde siempre una excusa para salir de casa. Eso sí, cuando el cine apenas tenía competencia (superaba en atractivo al teatro y la televisión no dejaba de ser un entretenimiento menor), la gente acudía en masa a las salas. Ahora, a pesar de los megamulticines y pantallas gigantes (obviando gatillazos como el 3-D o IMAX), la oferta cada vez más atractiva de los operadores de streaming amaga con disminuir aún más la frecuencia de esas visitas.

Sin embargo, estos nuevos Midas del siglo XXI no están libres de desvelos. Por la competencia entre ellos, y por la perenne incertidumbre sobre qué producto va a funcionar, también se embarcan en multitud de proyectos de películas y series, algunos con actores y directores de renombre que no son baratos. Aunque escondan las cifras de audiencia, por deducción inversa es evidente que solo un porcentaje limitado tiene éxito. Otro indicio de marejadilla es que hace dos años relevaron a Roy Price, jefe de Amazon Studios aprovechando acusaciones de acoso sexual y lo sustituyeron por Jennifer Salke, ejecutiva proveniente de la cadena NBC con menor querencia por el cine y las series de autor. Apple por su parte deberá invertir mucho para obtener una mínima cuota de mercado. Y a HBO le costará repetir un bombazo como Juego de tronos.

¿El exceso de oferta, salas y streaming beneficia al espectador? No del todo, porque éste se pierde ante los vastos catálogos. Por un lado, es fácil de teledirigir, con algoritmos y autopromoción de programas; por otro, no se le puede obligar a que le gusten los programas que le imponen. Y tiene en todo momento la posibilidad de cancelar su suscripción al Netflix de turno.

Resumiendo, ¿nubarrones o toque de corneta? El mundo y siglo actual se están mostrando muy cambiantes y acelerados, muchísimo más que en la segunda mitad del siglo XX. Es aún más imposible predecir nada a 10 años vista. Solo nos queda rezar por que la calidad de las películas, en pantalla grande o pequeña, no decaiga.

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