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Ensayo

Hammett antes de ser Hammett

La enfermedad eterna de Hammett le llevó a cambiar la investigación profesional por la escritura

Dashiel Hammett.

Dashiell Hammett al principio se llamó solamente Sam. Y como Sam Hammett encontró curro como detective privado. En la Agencia Nacional Pinkerton, la que nunca dormía, la que atrapaba a los malos y reventaba huelgas€ Eso, que había sido detective, no era cosa desconocida. La escritora Lillian Hellman lo ha insinuado en alguna ocasión, había notas al respecto aquí y allá. El periodista norteamericano Nathan Ward (Boston, Estados Unidos, 1963), sin embargo, ha perseguido aquellos rumores y, después de analizar al novelista, ha dado con el investigador privado. El libro que presenta es, en español, Un detective llamado Dashiell Hammett (en la versión original el título es más clarificador: The Lost detective, o sea, El detective perdido), una biografía en la que va a dejar claro que Hammett, el que llevó a los detectives "hard boiled" a su máximo esplendor, antes que cocinero fue fraile.

"Es posible que de no ser porque antes tomó un desvío hacia el camino del detective, Hammett nunca hubiera escrito más que poesía amorosa y material publicitario", explica el autor de un ensayo que completa las visiones parciales que habían dado en su momento algunas de las mujeres que rodearon al novelista: su esposa, Lillian Hellman, y su hija pequeña, Jo Hammett. Ward se sumerge en los papeles oficiales, en entrevistas a agentes que conocieron agentes que conocieron a Hammett€ y así descubre que el futuro novelista se alistó para la Primera Guerra Mundial indicando que era, sí, eso: detective privado, que, entonces, era un oficio glamuroso, pero no tanto como llegaría a serlo después, tras la mano de pintura del propio Hammett, que fue el que construyó el arquetipo que levantó la imagen de un género completo: el policial, la serie negra€ Con él los muertos mueren en los callejones y no en casoplones de la campiña inglesa.

Pero no sólo eso. Ward hila su biografía sobre la idea de ser y querer ser: siendo el mejor, Hammett hubiera preferido ser otro: Hemingway, por ejemplo. Paradójicamente, Raymond Chandler hubiera quedado encantado consigo mismo siendo tan bueno como Hammett€ Que la novela negra nunca ha tenido el prestigio del naturalismo, que Hemingway se llevó un Nobel, que también tuvo el suyo propio William Faulkner. Pérez Galdós no, pero dio igual. Se divirtió cubriendo las noticias salidas tras el crimen de la calle Fuencarral, el de la última ajusticiada española en público, el de la corrupción del padre de Millán Astray.

La enfermedad eterna de Hammett le llevó a cambiar la investigación profesional por la escritura. Y una inundó la otra (dice Ward que el Viejo de los cuentos del agente sin nombre fue uno de los jefes del agente con nombre, o que la "vamp" de El halcón maltés fue una de sus amantes, o quizá no). Esto, la inseguridad en ideas base, agrietan la biografía que escribe Ward. Sin embargo, da un poco igual. En cierto modo ha escrito una novela sobre un fulano que emplea Pinkerton, pero que termina escribiendo un buen puñado de relatos memorables.

De hecho, fue en 1922 cuando comenzó a hacerlo. Y lo hizo tan bien que contribuyó a la conformación de la leyenda: la del escritor genial, alcohólico, mujeriego€ el hombre capaz de concentrar entre 1929 y 1934 cinco obras maestras. Y, después, ya nada. O nada público. Porque, apunta, Ward, Hammett tardó más de la cuenta en morirse (tenía 66 años y venía padeciendo la tuberculosis desde la juventud). Esa parte última es la que no está en la biografía de Ward. Lo que le interesaba al periodista era, precisamente, la primera, la que se había enmarañado en la madeja del cuento. A mí, sin embargo, el Hammett del final también me sigue fascinando. Y siento que, después de leer a Ward, no he llegado al postre. Y no hablemos del café y ni del chupito.

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