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Periodismo

Crónicas de mafiosos

El periodista Íñigo Domínguez vuelve en Paletos salvajes con renovadas historias sobre los clanes criminales en Italia

Detalle "Natività con i santi Lorenzo"

La mafia es una fuente inagotable de historias. Casi todas ellas terribles. Muchas las han contado desde Norman Lewis a Roberto Saviano, pasando por Attilio Bolzoni y Peter Robb, de manera brillante, los mejores cronistas. Con otras se han desenvuelto grandes escritores, Sciascia o Camilleri. Íñigo Domínguez, periodista de "El País", corresponsal durante años en Italia, se ha convertido en un especialista del fenómeno mafioso, de sus intrigas y leyendas. Como la del caravaggio, mil veces contada y ampliada, que Tano Badalamenti ordenó trocear para poder venderlo. El cuadro del pintor macarra, Natività con i santi Lorenzo y Francesco d'Assisi, había sido sustraído en 1969 de una iglesia de Palermo y Don Tano, una vez que se hizo con él, aconsejó descuartizarlo igual que si se tratase de un cadáver. Lo trasladaron a Suiza, como cuenta Domínguez, en un camión frigorífico y lo partieron en trozos. Los investigadores no saben precisar en cuántas partes. Estas han ido a parar, se supone a colecciones, privadas de todo el mundo. Los pentitos (arrepentidos), que han sido requeridos sobre este misterio multiplicado del caravagio, nunca arrojaron suficiente luz.

Paletos salvajes es la segunda parte de Crónicas de la Mafia, de Íñigo Domínguez, que ve la luz como el anterior en Libros del K.O. En uno de los 37 episodios que incluye sobre la Cosa Nostra siciliana, la 'Ndrangheta calabresa, la Camorra napolitana y la banda romana de la Magliana, Domínguez se ocupa del acoso mafioso a la verdad y del trágico final del periodista palermitano Mario Francese, especializado en tribunales en los años setenta, que se despedía de sus compañeros de redacción siempre con la misma frase: "Uomini del Colorado, vi saluto e me ne vado! ("¡Hombres del Colorado, os saludo y me largo!"). El periodismo de sucesos significaba vivir en el salvaje Oeste.

Los mafiosos usan la violencia para proteger su negocio intentando por todos los medios que las noticias de sus actividades criminales no lleguen a la opinión pública. A Giancarlo Siani, joven cronista de «Il Mattino», lo mataron junto al portal de su casa el 23 de septiembre de 1985. Había acertado al contar las luchas entre los clanes de la Camorra. La gota que colmó el vaso de la paciencia de los criminales fue aparentemente su insinuación en un artículo de que la detención del boss Valentino Gionta, un incómodo miembro de los Nuvoletta, era el precio que habían pagado éstos para evitar una guerra con el clan de Bardellino. Según su versión, antes de matarlo, los Nuvoletta habían preferido entregárselo a los carabinieri y quedar bien con sus adversarios.

A los Nuvoletta no les gustó aparecer ante la opinión pública como traidores y decidieron asesinar al periodista. Roberto Saviano cuenta, sin embargo, cómo muchos observadores creen que aquel artículo no fue el que le costó la vida a Siani. Habría que tener en cuenta más bien las indagaciones que hacía el periodista napolitano sobre la reconstrucción después del terremoto y el dinero de las contratas que por ese motivo se habían embolsado los dirigentes políticos, empresarios y camorristas, en general. Fuera el que fuere el móvil, el caso es que a Siani, como cuenta Saviano, lo mataron por lo que escribía.

La lista de víctimas es larga. Escribir sobre la mafia en Italia siempre ha resultado un oficio extremadamente peligroso. A Siani, lo precedieron Cosimo Cristina, fundador del periódico "Perspectivas Sicilianas". Indagó sobre la Cosa Nostra cuando ésta era inexistente para el Estado. Su asesinato se calificó de suicidio. El citado Francese, que investigó la muerte de Cristina, fue consciente en todo momento de que ser cronista judicial en Palermo es una profesión peligrosa. El legendario Mauro De Mauro tuvo como imputado por su muerte al sanguinario Salvatore Riina. Giovanni Spampinato, Mauro Rostagno, Giuseppe Alfano, Peppino Impastato, que inspiró la película de Marco Tulio Giordana, I cento passi, también cayeron. Lo mismo le ocurrió a Giuseppe Fava, que se mostró abiertamente crítico con empresarios cercanos a los clanes más sanguinarios, como el de Nitto Santapaola: "Me doy cuenta que hay una enorme confusión sobre el problema de la mafia. Los mafiosos están en el Parlamento, a veces son ministros, son banqueros, aquellos que en estos momentos están en el vértice de la nación. No se puede llamar mafioso al pequeño delincuente que llega y te impone el soborno en tu pequeño negocio. El fenómeno de la mafia es mucho más trágico e importante". A las diez de la noche del 8 de enero de 1984 Fava se acercó hasta el teatro Verga para recoger a su sobrino. Cinco balas del calibre 7,65 en la nuca acabaron con su vida en Catania, donde el alcalde siguió sosteniendo que la mafia no existía.

Revisando y actualizando el género, Domínguez se encarga una vez más de que la sintamos.

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